El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

miércoles, 28 de enero de 2015

Cinema Bilbao

La fachada original
La parte alta de la calle de Fuencarral ha sido, durante muchos años, conocida por sus cines. Una concentración de salas solo superada en número por las existentes en la Gran Vía.
Yo he conocido en funcionamiento las de Bilbao/Bristol, Roxy A, Roxy B, Paz, Fuencarral, Proyecciones y las de los más modernos (1976) Minicines, de las que ya han desaparecido Bilbao/Bristol, Roxy (A y B), Fuencarral y Minicines.
Veremos lo que aguantan las demás.
Tal vez menos famoso que algunos de sus más elegantes vecinos, el Cinema Bilbao fue uno de los pioneros de la calle.
El edificio era (todavía lo es, en lo que queda) muy bonito aunque, sin duda, más apropiado para servir como teatro que como cine. Su autor fue José de Azpiroz, un destacado arquitecto de la llamada 'Generación del 25'. Azpiroz proyectó el local con un marcado estilo art déco que aún podemos apreciar, pese a las sucesivas modificaciones.


Según se cuenta, fue inaugurado en 1926, con la proyección de una película de Charlot, 'El peregrino', una película muda de tan solo 47 minutos, rodada por Chaplin tres años antes.

A finales del siglo pasado, el 27 de enero de 1993, para ser más exactos, se produjo un gravísimo accidente cuando la marquesina se desprendió y, en su caída, provocó la muerte de seis personas y un buen número de heridos. Al parecer, el peso del andamiaje de hierro situado sobre ella fue excesivo para la capacidad de resistencia de la vieja marquesina y, poco antes de las siete de la tarde, cayó sobre quienes esperaban ese fatídico miércoles ('día del espectador', además) para entrar en el cine a ver 'Sister Act', una película para todos los públicos, lo que provocó que entre las víctimas hubiera que lamentar la muerte de un niño.

El interior de la sala
Visto desde la perspectiva del tiempo, es difícil de entender que se estuviesen realizando en ese mismo momento (con el público esperando para entrar en la sala) tareas de montaje y desmontaje de unos enormes carteles y, sobre todo, que aquellos pesados andamios estuviesen apoyados sobre un inseguro voladizo, ya muy deteriorado por el paso del tiempo, y que había presentado síntomas de estar sufriendo un peligroso envejecimiento.

Un trágico suceso que ya dejaría marcado a un local que, como era más que evidente, no reunía las condiciones necesarias para seguir funcionando como cine, ya a las puertas del siglo XXI.
En cualquier caso, la empresa (Rayzábal) acometió importantes obras de mejora en el histórico edificio del número 118 de la calle de Fuencarral y volvió a abrirlo, transformado en dos salas, al año siguiente, ya con su nuevo nombre: Bristol (el antiguo seguiría trayendo demasiados malos recuerdos a los madrileños durante bastante tiempo).

El vestíbulo principal
En 2004 cesó, definitivamente, en su actividad como sala de cine y sus instalaciones fueron ocupadas por empresas de El Corte Inglés (me parece recordar que primero fue un SuperCor y, más tarde, una tienda de su marca Sfera).

Hoy, ya camino de su centenario, es un buen momento para ver cómo era la obra de Azpiroz, con sus muy aprovechados espacios, con sus palcos laterales y sus elegantes anuncios y vitrinas del pequeño vestíbulo. 
La pantalla también era, claro, de reducidas dimensiones, adaptada a las necesidades de una planta estrecha y excesivamente rectangular como para ofrecer una visión perfecta desde todos sus asientos.

Parte superior de la fachada en 2015
Los muy modernos búhos de emplumada piedra que observan los tejados madrileños desde lo más alto de su estructura se distinguen con claridad, por su diferente color, de los materiales originales. Me pregunto por qué han sido allí colocados. Tal vez para disfrutar de unas puestas de sol que, desde la terraza del viejo Cinema Bilbao, son aún más impresionantes que desde otros puntos de nuestra calle. O para observar, como aves nocturnas que son, cuanto sucede tras las azoteas vecinas en la oscuridad de la noche. De una noche que hace tiempo empezó a caer, sin remedio, sobre los grandes y muy populares cines de la calle de Fuencarral.

domingo, 18 de enero de 2015

El Bazar Matey



No suelo hablar mucho de la parte más alta de la calle de Fuencarral, el tramo comprendido entre las glorietas de Bilbao y de Quevedo, porque siempre tengo la tendencia a pensar que la calle se termina donde lo hizo durante siglos, es decir, en la puerta de los Pozos de la Nieve, o de Bilbao (que no debe confundirse con la puerta de Fuencarral, que estaba en la calle de San Bernardo, antigua calle Baja de Fuencarral). Sin embargo, en esta ocasión sí que voy a hacerlo, ya que el tema merece la pena y el momento lo justifica.

Desaparecidas Fraguío (en el número 41) y el Bazar León (en el 80), no quedó más juguetería en la calle que el Bazar Matey. Es cierto que hubo algunos otros comercios que vendieron juguetes en Fuencarral, como la papelería El Pensamiento, de la que tanto yo como mi familia éramos clientes habituales, y es probable (no lo recuerdo bien) que los almacenes Mazón también (por el contrario, los otros grandes almacenes de la calle, Eleuterio y San Mateo, creo que no lo hacían). Pero la verdad es que ninguna de esas tiendas podía ser denominada, con propiedad, juguetería

Santísima Trinidad 1 (antes de la apertura del nuevo Bazar Matey)
Hoy vuelve a ocurrir. Existen algunos comercios en los que se venden juguetes, pero ni es su oferta principal ni se puede decir, bajo ningún concepto, que se dediquen a ello más que como una actividad residual de su negocio.
Matey era, por tanto, el único representante que nos quedaba en Fuencarral de la muy noble actividad de vender juguetes. Y si utilizo el pasado es porque la campaña de Reyes de 2015 ha sido la última de esta insigne tienda en nuestra calle. 
Afortunadamente, no desaparece (esto hubiese sido una tragedia), sino que, a finales de enero de 2015, se ha trasladado a Santísima Trinidad 1, junto a Eloy Gonzalo. Menos mal.

Una sugerente fotografía del escaparate de Matey, realizada por Vicente Méndez
La historia de Matey se remonta a 1931, justo el año en el que España se convirtió, por segunda vez, en república. Y nació en el número 127 de la calle de Fuencarral, pero en el local que está al otro lado del portal, ocupado luego por Top Books y, después, por un restaurante. Sus fundadores, Santiago y Antonio Matey, lo pusieron en marcha con el nombre Papelería Matey, en la que los juguetes tuvieron un espacio, como ocurría con otras papelerías de la época (ya he mencionado antes El Pensamiento, en Fuencarral 46, local que ahora ocupa Adidas y que está pegado a la capilla de Nuestra Señora de la Soledad).
Unos cuantos años después, en 1954, superados los peores de la posguerra, se abrió un segundo local (el que ha durado hasta enero de 2015) con el nombre de Bazar Matey, que convivió con el de la papelería mucho tiempo, uno a cada lado del portal.

Chevrolet Corvette 1954, el año de la creación del Bazar Matey
Así, la papelería se concentró en el negocio que le era propio y la nueva tienda se convirtió en una de las mejores jugueterías de Madrid. Para mí, sin discusión la de más clase. 
Yo la consideraba de un nivel superior a todas las demás, con más categoría, con mejores productos... y, eso sí, siempre me pareció un poco cara, lo que, sin ninguna duda, aumentaba su atractivo. Muchos juguetes he comprado en ella desde los años sesenta, algunos de los cuales sigo conservando (con especial cariño guardo varios soldados de caballería americana de Aster, unos cuantos tanques y vehículos de EKO, Mini Cars de Anguplas y un tren eléctrico). También recuerdo haber comprado un juego de cartas de las siete familias de Fournier en la papelería, de la que era peor cliente, por mi cercana relación con El Pensamiento.

Durante unos veinte años, Matey fue para mí (junto con mi idealizada Fraguío) el paradigma de la perfecta juguetería, con el aliciente añadido de visitarla, muchas veces, a la entrada o salida de los cines de Fuencarral que, como es lógico, yo también frecuentaba. 
Este hecho que parece de menor importancia, dotaba a Matey de un valor muy especial, vinculado a otros placeres lúdicos, como el de ir al cine, que en los Roxy (A y B), Paz, Proyecciones o Fuencarral (al Bilbao solía ir muy poco, los Minicines aún no existían y el Palafox estaba ya más retirado) alcanzaba siempre cotas elevadas.

Creo recordar que fue en los años setenta (con la segunda generación de la familia Matey al frente del negocio) cuando Santiago y Fernando, hijos de Santiago y sobrinos de Antonio, modificaron, en parte, el concepto del bazar y, prescindiendo de los juguetes, lo convirtieron en la tienda especializada en maquetas y coleccionismo que todos hemos conocido en los últimos años.
Trenes eléctricos, coches y modelismo se hicieron las grandes estrellas de un local que mantuvo su enorme encanto e, incluso, lo aumentó, mejorando (si cabe) la calidad de su oferta hasta llegar a superar a los otros establecimientos que llevaban años en Madrid y disfrutaban de excelente reputación (que algunos aún mantienen).

En mi opinión (y sin restar el más mínimo mérito a la familia Matey, que lo tiene, y mucho) el estar en plena calle de Fuencarral y en unos locales tan bonitos y bien situados, ayudó a su éxito, del que, asimismo, tienen buena parte de culpa sus siempre cuidados escaparates que han presentado, con frecuencia, maquetas de enorme atractivo y extraordinaria vistosidad. Y tampoco quiero olvidar en este apartado de distinciones a su maravilloso rótulo negro con grandes letras blancas y personalísima tipografía, que no ha desaparecido del todo del local que, ahora, ocupa una tienda de Natura.

Uno de mis soldados de caballería de Aster
Pero sobre todas las virtudes que han llevado a que Bazar Matey sea la gran referencia de su sector, está el trabajo, la ilusión y la constante dedicación y entrega de una familia que ha sabido llevar su marca hasta la más alta expresión de una labor bien hecha.
Fernando Matey ha tenido, además, la visión de concentrar su negocio en una especialidad que él domina y a la que quiere muy profundamente (me consta que él mismo es un gran aficionado al coleccionismo de trenes).
Gracias a ello, Matey sigue siendo una insignia en el comercio madrileño... aunque yo, egoístamente, debo reconocer que añoro los tiempos en los que en sus grandes vitrinas de la calle Fuencarral había todo tipo de juguetes. Los mejores juguetes que podían encontrarse en Madrid.

Con la marcha de Matey, la calle de Fuencarral sufre una gran pérdida y confieso que a mí ya no me apetecerá tanto visitar sus cines (los pocos que quedan). Seguro que no seré el único. Muchos lloraremos al pasar, sin querer mirar apenas, ante el portal del número 127...
Mañana pondré a funcionar mi viejo tren y jugaré con mis soldados de caballería de Aster. Los EKO y los Mini Cars no necesito sacarlos, porque los tengo delante de mí a diario, sobre mi mesa y en mi estantería.

¡Larga vida al Bazar Matey, gloria de las jugueterías de Madrid! 

viernes, 16 de enero de 2015

Una plaza sin nombre

Tapia y cúpula de las Góngoras desde la plaza
Muy cerca de Fuencarral, en la esquina de las calles de San Gregorio y San Lucas, hay otra pequeña plaza que no tiene nombre. Digo 'otra' porque en la propia calle de Fuencarral hay una bien conocida y animada, la popularmente llamada 'plaza del olivo', que no existe, ya que tan solo es el eficaz resultado del ensanchamiento producido tras el derribo del antiguo inmueble que ocupaba el número 43, ya que se retranqueó la primitiva fachada y se utilizó el gran patio de la casa como parte del nuevo espacio que se incorporó a la calle.

Bicicletas y adoquines
Pues en donde se encuentran San Gregorio y San Lucas pasó algo parecido, pero hace muchos años. En los primeros planos de Madrid (Mancelli/De Wit -1622/35, Texeira - 1656 y De Fer - 1706) no aparece este espacio libre de edificios, lo que hace pensar que estaba ocupado por casas. Sin embargo, en los de Chalmandrier (1761) y López (1785), ya se ve que la manzana 322 tiene esta esquina vacía de construcciones. 

Bien es cierto que el plano de Espinosa (1769), que fue dibujado entre los dos anteriores, sí tiene toda la manzana completa, como en los más antiguos, y especifica que consta de nueve casas. Hay que suponer que se trata de un error de Espinosa.

Por todo ello, parece lógico pensar que a mediados del siglo XVIII es cuando se crea esta pequeña plaza sin nombre, próxima, por cierto, a otra que sí lo tuvo (la del Duque de Frías) y que ya no existe, pues sobre ella está construido el palacio de los condes de Armíldez de Toledo, que fuera vivienda del marqués de Viluma, hijo del que fuera virrey de Perú.

El jardín del palacio de los condes de Armíldez
El palacio guarda obras de arte de enorme valor, entre ellas, cuadros de Madrazo, Vicente López, Diego Velázquez, Murillo, Alonso Cano y Lucas Giordano, si bien desde fuera lo que más llama la atención del paseante es su impresionante y muy bien custodiado jardín.

A pocos pasos de este lujoso edificio (que está discretamente oculto) y frente a la alta tapia del convento de las Góngoras (el convento de Nuestra Señora de la Concepción, de las madres Mercedarias) nos encontramos con la falsa plaza sin nombre. 
Es un rincón muy tranquilo, con árboles de considerable altura y un frondoso olivo central, como en Fuencarral 43. 
Las casas que lo rodean son bonitas y están bien conservadas, disfrutando de excelentes vistas, gracias a la presencia del convento, cuya única edificación de cierta altura, la iglesia, está en la torpemente llamada calle de Luis de Góngora (grave error del Ayuntamiento que nunca ha sido corregido, pues quien da nombre al convento es Juan Jiménez de Góngora, ministro de Felipe IV, y no el poeta cordobés).

Calle de San Gregorio y, al fondo, Belén
Me gustan, particularmente las de la calle San Gregorio, que comienza en la concurrida plaza de Chueca y va a morir a la pacífica calle de Belén, tras cruzarse con el comienzo de San Lucas en la reposada plazuela. 
En ella nos encontramos con un café de nueva planta, moderno, y luminoso, gracias a sus grandes ventanales, que nos parece un lugar ideal para pasar largas mañanas (y tardes, desde luego) leyendo, escribiendo, pensando o trabajando. No soy el único que opina esto, por lo que es muy frecuente ver en Frida (así se llama ahora el local que antes fuera Bon Vivant & Co.) a personas que hacen de este relajado y bien situado café, su oficina eventual o lugar de cita para reunirse con algún amigo. Y, como también es restaurante, la animación crece a la hora de comer.

La plaza sin nombre en invierno
Si Madrid fuese una ciudad un poco más detallista con sus rincones recoletos, habría puesto de su parte lo poco que le falta a esta anónima placita para acabar de convertirla en un lugar aún más privilegiado.
Sin embargo, cuando lo pienso despacio, agradezco que esté un poco olvidada de todos porque, gracias a ello, puede conservar su secreto intacto, pese a estar rodeada de muchas y excelentes alternativas para comer muy bien, tomar un té o visitar tiendas especiales y diferentes.
Eso, además de estar idealmente situada para poder ver con calma algunos monumentos tan poco conocidos como el propio convento de las Góngoras, que a mí me parece uno de los tesoros escondidos más atractivos del patrimonio artístico religioso madrileño.

Otra plaza sin nombre en la que me gusta perderme en las azules mañanas de Madrid... y a muy poca distancia de la calle de Fuencarral.


La plaza sin nombre, en los planos de Madrid:


En el plano Mancelli/De Wit (1622 - 1635)
En el plano de Texeira (1656)


En el plano de Nicolás de Fer (1706)


En el plano de Chalmandrier (1761)



En el plano de Espinosa de los Monteros (1769)


En el plano de Tomás López (1785)


Aspecto actual de la plaza sin nombre y sus alrededores

viernes, 9 de enero de 2015

¡Chamberí por Fuencarral!

Un tranvía atraviesa la glorieta de Bilbao por la calle de Fuencarral, camino de Quevedo (Archivo Loty)

Cuentan las crónicas madrileñas que durante una representación de 'Reinar después de morir', la conocida obra teatral de Luis Vélez de Guevara, tras declamar solemnemente Fernando Díaz de Mendoza (insigne actor, abuelo de Fernando Fernán Gómez) "¡Portugal por doña Inés!", una potente voz surgida de la sala gritó "¡Chamberí por Fuencarral!".

Tal vez sea solo una de las muchas leyendas urbanas que circulan por la Villa y Corte, pero no parece improbable que sucediese, a la vista de la popularidad que alcanzaron estas voces, cantadas en la Puerta del Sol madrileña por los cobradores de la Compañía de Tranvías del Norte para indicar a los usuarios el recorrido que iban a realizar.

Y es que, aunque hoy nos parezca increíble, desde su entrada en funcionamiento (como tranvías de tracción animal) en el año de 1878, esta empresa (concesionaria de la línea Sol-Chamberí) puso en servicio dos trayectos (ambos de ida y vuelta) que subían y bajaban, respectivamente, por las calles de Fuencarral y de Hortaleza, uniendo sus vías en la Red de San Luis para, a lo largo de la calle de la Montera, conectar con Sol.

Un bien cargado tranvía de la línea 15
Puesto que unos y otros coches pertenecían a la línea número 15, los cobradores debían vocear su recorrido para que los usuarios pudieran decidir cuál era el que les resultaba más conveniente, según su destino.

Parece difícil de creer que tanto la calle de Fuencarral como la de Hortaleza, fueran capaces de asumir un tráfico de tranvías en ambos sentidos, con doble vía, dado que, como todos sabemos, el ancho de sus calzadas no parece recomendarlo. 
Sin embargo, así era y mientras el de Fuencarral hacía el recorrido Sol-Red de San Luis-Tribunal-Bilbao-Quevedo-Iglesia (y vuelta), el de Hortaleza era: Sol-Red de San Luis-Santa Bárbara-Santa Engracia-Iglesia, volviendo por el mismo camino.

Hasta 1924 no se reduciría a un solo sentido el tramo de Fuencarral entre San Mateo y la Red de San Luis, al igual que se haría en Hortaleza entre Fernando VI y la Gran Vía. Una situación que quedaría definitivamente establecida en 1929.

Un tranvía de la línea 15 en Quevedo, esquina a Eloy Gonzalo
Para entonces, la Compañía General, que había absorbido a los Tranvías del Norte junto a otras compañías, incapaces de abordar a principios del siglo XX la total electrificación de las diferentes concesiones, ya había dejado paso a la Sociedad Madrileña de Tranvías, que en 1920 comenzó a explotar todas las líneas. 

Con el transcurso de los años, esta línea (que fue dividida en dos tramos separados durante las obras de construcción de la Gran Vía) amplió su alcance hasta Pacífico y el Puente de Vallecas por su extremo sur y hasta Cuatro Caminos por el norte, más tarde.

Entretanto, también hubo (durante determinados e intermitentes períodos) una tercera vía que atravesaba la plaza de Olavide.
La línea 15 de los tranvías madrileños (una de las más populares en los comienzos de este servicio urbano) estuvo en funcionamiento hasta el 19 de noviembre de 1957, fecha en la que, tras diversas modificaciones, circuló por última vez.


Pero no fue el 15 el único tranvía que pasó por Fuencarral, ya que el 17 (que hacía el trayecto Progreso-Sol-Cuatro Caminos) mantuvo su recorrido por Fuencarral entre el 1 de mayo de 1902 y el 27 de mayo de 1946, primero sin número de línea asignado y, a partir del 22 de octubre de 1905, con el 17 sobre su característica tablilla verde.
A partir de 1948, la línea 17 modificó su itinerario y dejó de pasar por la calle de Fuencarral.



Modelos históricos y tablillas


Dado que por Fuencarral comenzó a funcionar el tranvía en el año 1878, es muy probable que lo hiciera con vehículos de tracción animal del modelo que se introdujo en Madrid en 1876, que ya había eliminado el segundo piso de los primeros coches y que se mantuvo hasta la electrificación del servicio.
Una vez sustituidos los vehículos con animales por los eléctricos (lo que en Fuencarral sucedió el día 1 de mayo de 1902) parece que fue el popular modelo de color gris, Westinghouse I, el habitual de los que circulaban por Fuencarral y Hortaleza en la línea 15. A partir de los años treinta, la Sociedad Madrileña de Tranvías fue sustituyendo el color gris original de estos coches por un tono amarillo/anarajando.
Por su parte, la línea 17 también tenía tranvías, con la caja original modificada, del modelo inglés Thomson Houston (llamados 'canarios' por su tradicional color amarillo), tal como podemos ver en alguna de las fotografías, en la que aparece el coche 71 llegando a la Gran Vía desde Fuencarral, seguido por un Westinghouse I, o el 85, cuyo número destaca con claridad en otra, de 1936.






El coche número 71 de la línea 17 pasa junto a la Telefónica, con otro tranvía tras él.












El coche número 85, de la línea 17, cargando viajeros en 1936.






En los primeros años, las líneas de tranvía no tenían número, por lo que era fundamental identificar claramente su recorrido. Esto se conseguía mediante tablillas de diferentes colores, que se mantuvieron tras ser incorporados los números (colocados en el interior de un círculo, sobre las propias tablillas). 
La línea 15 llevaba un rótulo de un rojo vivo, mientras que, como ya hemos dicho, la tablilla de la 17 era de color verde.





Un bache descubre las vías cerca de la glorieta de Bilbao

Tras la desaparición de los tranvías, sustituidos por líneas de autobuses (el 3 y el 4 vinieron a realizar un recorrido muy similar al del tranvía de Chamberí), los tendidos eléctricos fueron retirados pero las vías permanecieron en un primer momento. Yo las recuerdo, perfectamente, entre los adoquines de la calle Fuencarral. 
Más adelante, fueron cubiertas con sucesivas capas de asfalto y hoy permanecen ocultas en la mayor parte de la calle. De vez en cuando, algún bache inoportuno nos recuerda su existencia, evitando el olvido de unos tranvías que estuvieron tan íntimamente unidos a nuestra calle que hasta ayudaron a crear una expresión popular y castiza que sustituyó a la ya demasiado utilizada "¡Si te he visto no me acuerdo!": 
"¡A Chamberí por Hortaleza!".




O por Fuencarral, claro... porque los tranvías de nuestra calle siguen reinando, después de muertos, en el recuerdo de los madrileños.

Como doña Inés en Portugal.