El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

viernes, 17 de octubre de 2014

Crónica negra

Los balcones de Fuencarral 95 (moderno), 109 (antiguo)
Ningún lugar famoso llega a serlo del todo sin su particular crónica negra. 
La calle de Fuencarral no solo no es una excepción a esta norma, sino que, por el contrario, ha pasado a los dramáticos anales del crimen ocupando (¡cómo no!) un puesto de excepción.

Es de suponer que, a lo largo de su dilatada historia, Fuencarral no se ha librado de un buen número de sucesos luctuosos, pero yo solo guardo memoria de cinco de ellos, de los que dos son muy próximos en el tiempo (y uno de ellos no solo en el tiempo).


Sin duda alguna, el crimen más conocido fue el acaecido en el año 1888, que tuvo lugar en el antiguo número 109, que corresponde al 95 de la actual numeración. Parece que todos coinciden en que este nunca bien resuelto caso, que mantuvo en vilo a toda la sociedad española (no solo madrileña) durante más de dos años, ha sido el que mayor trascendencia popular ha alcanzado en nuestro país. Y, claro, no es de extrañar que sucediese en una calle que, como bien sabemos (ya lo dijo mi buen amigo Fernando Herrero, presidente de la Academia de Publicidad), más que una vía urbana es todo un mundo.

Dibujo del crimen y coplilla popular
El suceso ha pasado a la historia con el inequívoco nombre de "El crimen de la calle Fuencarral" y su relevancia llegó mucho más allá de lo policiaco o jurídico, puesto que hizo correr ríos de tinta en los periódicos de la época, llenó de conversaciones las tertulias de cafés y mentideros y fue objeto de una crónica periodístico-literaria por parte de Benito Pérez Galdós, así como su reflejo en las pantallas de televisión (Angelino Fons) y cine (Edgar Neville).


La historia, con independencia de los tintes novelescos con los que la prensa y el propio pueblo de Madrid la adornaron, es extremadamente sórdida y escabrosa, habiendo participado en ella una mezcla de personajes propicia para la dramatización de unos hechos que no hubiesen tenido tanta trascendencia mediática de no haber tenido un papel en ellos, de una u otra forma, personas notables (José Millán Astray) o propios de un sainete tragi-cómico (el 'Pollo Varela').


Los principales personajes del proceso
No procede transcribir aquí los detalles de unos acontecimientos sobre los que ya se ha escrito y especulado demasiado, pero si alguien está interesado en conocer una versión seria y bien documentada de los acontecimientos, le recomiendo que lea "La célebre causa del crimen de Fuencarral. Proceso penal y opinión pública bajo la Restauración", de Carlos Petit.

Como supongo que pocos estarán dispuestos a leer las cuarenta y cuatro interesantes páginas de este documento, resumiré que Luciana Borcino, una viuda rica y de reconocido mal carácter, apareció muerta en su piso (el segundo izquierda del número 109 de la calle de Fuencarral), acuchillada y con su cuerpo medio calcinado. 

Las sospechas recayeron pronto en su criada Higinia Balaguer, una joven sirvienta que llevaba poco tiempo en la casa y cuyo historial no era de mucho fiar. Como tampoco lo era el del hijo de la difunta, el célebre 'Pollo Varela', cuyo historial delictivo y chulesco no terminaría hasta mucho tiempo después, tras la muerte de una prostituta en la calle de la Montera, por la que estaría recluido catorce años en el penal de Ceuta.

El 'Pollo Varela'
Varela, al parecer, entraba y salía de la cárcel (en la que estaba internado en el momento del crimen) con asombrosa facilidad, Higinia había servido en casa del director de la prisión de Varela (la Cárcel Modelo de Madrid) y era novia de el 'Cojo Mayoral' (que regentaba una modesta cantina frente al mismo establecimiento penitenciario), además de tener una amiga que también resultó implicada, una tal Dolores Ávila (más conocida como 'Lola la Billetera'), finalmente condenada a dieciocho años de prisión por cómplice...


Una trama, en suma, rocambolesca que resultó aderezada por los constantes cambios de declaración de Higinia, la amistad del presidente del Tribunal Supremo, Eugenio Montero Ríos, con Millán Astray (por la que tuvo que dimitir), las múltiples irregularidades surgidas durante la instrucción y el mismo juicio, la Acción Popular que ejerció la prensa para personarse (creo que fue por primera vez) en la causa, los enfrentamientos (públicos y habituales) entre higinistas (partidarios de Higinia) y varelistas (de Varela), que llegaron a simbolizar la lucha de clases de una sociedad en plena ebullición política...


Al final, tras un proceso que necesitó de las fuerzas de orden público para controlar a las masas que se amontonaban a la entrada del Palacio de Justicia, Higinia fue sentenciada a muerte y sería públicamente ejecutada en el garrote vil el sábado 19 de junio de 1890, a la edad de veintiocho años. A su ejecución asistieron cerca de veinte mil personas...

Instantes antes de su muerte, Higinia gritó sus nunca esclarecidas últimas palabras: "¡Dolores, catorce mil duros!".



Cecilia Aznar y sus compinches
Algunos años después, en 1902, se produjo otro asesinato en la calle Fuencarral que tuvo cierta notoriedad, si bien nada comparable con el de Luciana Borcino. Se trata del que fue conocido como "El crimen de la plancha". 

Manuel Pastor y Pastor, un hombre soltero (en aquellos tiempos, solterón) de 42 años que, aparte de estar un poco mal de la cabeza, vivía en el número 45 de la calle (hoy el 33), fue golpeado en la cabeza con una plancha por su criada, Cecilia Aznar, cuyo móvil habría sido el robo. Cecilia fue detenida, juzgada y condenada a muerte, pero su pena fue conmutada por la de cadena perpetua. Estuvo muchos años en prisión, pero en 1937, aprovechando el revuelo causado en los días de la guerra durante los que muchas cárceles fueron abiertas, Cecilia Aznar desapareció de la de Alcalá de Henares (en la que estaba recluida) y, como diría Pepe Iglesias 'El Zorro', "...de la pobre Cecilia... nunca más se supo...".


Manuel Pastor y el arma homicida


Tampoco le faltaron a este suceso circunstancias propicias para contribuir a que los periódicos aumentasen su tirada. Cecilia declaró en el juicio que si golpeó a Manuel fue "en defensa de su honra", lo que, a todas luces, parece excesivo teniendo en cuenta los tremendos destrozos que causó en la cara y la cabeza del infortunado Pastor.

Tras el crimen, Cecilia viajó a Barcelona, donde, ayudada por un par de astutos rufianes (Iglesias y Garreta), vendió parte del botín (concretamente, en la joyería La Estrella de Oro) y el dinero obtenido tuvo que compartirlo, bajo amenazas, con sus dos compinches, quienes la recomendaron huir de España desde Puigcerdá, convenciéndola de que desde allí podría embarcar con rumbo a un país extranjero (!). Cecilia les hizo caso y, una vez llegada a esa localidad del Pirineo, comprobó que la lejanía del mar era más que considerable.
Una buena descripción de los pormenores de este crimen es la que hace Martín Olmos Medina en su artículo "Faena de Plancha". Merece la pena leerlo.





Sin embargo, pese a la inmensa popularidad del crimen del año 1888, yo mantengo la firme opinión de que el acontecimiento criminal de mayor trascendencia perpetrado en la calle de Fuencarral fue el del teniente Castillo, verdadera espoleta de la sublevación del 18 de julio de 1936 o, al menos, la mecha que encendió la excusa para su inmediata puesta en marcha.


El teniente Castillo
José del Castillo Sáenz de Tejada había participado, años atrás, en la guerra de África, en la que sirvió como oficial de infantería. En 1936, comenzó a prestar sus servicios en la Guardia de Asalto, en la que había solicitado destino. 
Castillo, era un militar muy concienciado políticamente y sus ideas socialistas eran notorias y públicamente declaradas. Vivía en el número 11 de la calle de Augusto Figueroa, en el mismo portal en el que, años después, tendría su casa mi amigo y compañero Fernando Mesa, buen pintor y, aún mejor, profesional de la publicidad, que destacó en los años 60 y 70 por su excepcional trabajo como cartelista.
Los tristes hechos sucedieron en la noche del 12 de julio de 1936, hacia las diez. El teniente Castillo se dirigía a su cuartel, en la plaza de Pontejos, cuando, al doblar la esquina de Fuencarral, justo delante de la pequeña capilla de la Virgen de la Soledad, fue asesinado a tiros por varios individuos. 
Nunca se ha esclarecido del todo la autoría material del crimen, ya que, según las fuentes, se llegan a mencionar hasta tres alternativas diferentes. En cualquier caso, sus asesinos cometieron un acto vil y cobarde que, además, tuvo terribles consecuencias, ya que los compañeros de Castillo contestaron el crimen matando a José Calvo Sotelo, diputado y líder de Renovación Española. 
Casi todos los historiadores coinciden en afirmar que estos asesinatos fueron el detonante final del comienzo de la guerra civil que estalló unos pocos días más tarde.


Los otros dos crímenes a los que me refería al principio, y que completan los cinco de los que tengo noticia, tuvieron una repercusión en prensa mucho menor, si bien los viví mucho más de cerca.

ABC, 8 de marzo de 1997
El primero de ellos fue el del "empaquetador de cadáveres", que tuvo lugar el 28 de febrero de 1997 y sucedió, precisamente, en Fuencarral 39. 
Para ser más exacto, concretaré que se produjo en el piso cuarto izquierda, el mismo en el que, muchos años atrás, viviera el inefable Sr. Pellico.
Un mauritano de 35 años, de nombre Ould Chelk, vendedor ambulante de golosinas y tabaco, que solía ofrecer su mercancía junto a los cines de la Gran Vía (sí, entonces todavía había cines en la Gran Vía) y que vivía en la pensión que ocupó el viejo piso del Sr. Pellico, golpeó hasta la muerte a Rosa Gabarre, una mujer de 32, toxicómana, que vivía de pedir limosna por el barrio y tuvo la mala suerte de encontrarse con Chelk y entablar algún tipo de relación con él. Se dice que todo se precipitó porque el vendedor de golosinas acusó a Rosa de haberle robado.

Lo más macabro del caso es que el cadáver de rosa permaneció dos días en la habitación de su asesino, envuelta en bolsas de basura y metida en una caja de cartón... 
Nadie en Fuencarral 39 se enteró de nada... nadie oyó nada. Y todos los compañeros de pensión de Ould, al igual que los vecinos, mostraron su sorpresa por la terrible noticia y la acogieron con incredulidad, pues tenían una excelente opinión de él: les parecía imposible que fuera el autor de semejante atrocidad.
Según cuenta la crónica de El País, la policía también le atribuyó el "empaquetamiento" de otra chica, llamada Yolanda, cuyo cadáver había aparecido por las mismas fechas en la calle de la Puebla, en posición fetal y envuelto en bolsas de plástico, mantas y cartones (el de Rosa fue encontrado en el interior de un contenedor, en Bárbara de Braganza). Sin embargo, no estaba clara la causa de su muerte...

Desconozco la resolución judicial del asunto y no he encontrado más documentación sobre este crimen tan próximo, del que tuve la primera noticia al ver en la televisión a los vecinos de Fuencarral 39 contestando a las insistentes preguntas de los reporteros frente al portal. Tremendo. 



Fuencarral 31 en Telemadrid, el 10 de mayo de 2014
El último, el más vulgar de todos, tuvo lugar el 9 de mayo de 2014, en un rellano de la escalera del número 31 (el edificio contiguo al del crimen de la plancha). Una mujer de nacionalidad búlgara, de 57 años (siempre me ha llamado la atención la diligente precisión con la que las crónicas de sucesos especifican la edad de cuantos están implicados en ellos), apareció muerta, en mitad de un gran charco de sangre. 
Todo apuntaba a que había sido degollada por su propio hijo, al que algunos vecinos vieron salir del portal y que era conocido por maltratar con frecuencia a su madre.
Según contaba el diario El Mundo, la víctima, que se dedicaba a la mendicidad, y su hijo habían estado residiendo en uno de los hostales de la casa (hay varios en el 31 de Fuencarral) y, cuando no disponían de dinero, era frecuente verlos durmiendo en el portal.
Este peligroso individuo, tan poco recomendable, que tenía a sus espaldas varios antecedentes penales por diversas causas, fue detenido un día más tarde por la policía y puesto a disposición judicial, acusado del homicidio de su propia madre.


Es seguro que se han producido muchos más sucesos criminales y luctuosos en una calle que, en su larguísima historia, ha sido testigo de infinidad de acontecimientos positivos y estimulantes para la vida de una capital de cuyo permanente crecimiento, vitalidad y desarrollo es parte fundamental, pero que, asimismo, ha sido protagonista y escenario de episodios que nos gustaría que nunca hubiesen llegado a suceder ni en ella, ni en ningún otro lugar, aunque todos sepamos que, por desgracia, la humanidad es incapaz de seguir su curso, a través de los siglos, sin escribir, con tinta de sangre, su terrible crónica negra... o roja.

1 comentario:

  1. MISTERIO,INTRIGA,TARICIONES,PREMEDITACIÓN Y CONSTERNACIÓN,SON LOS CONDIMENTOS,QUE ACOMPAÑAN,MUCHOS CASOS REALES DE HISTORIAS PASADAS,PRESENTES Y FUTURAS...

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