El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

domingo, 26 de octubre de 2014

Los Agonizantes de San Camilo

San Camilo de Lelis es uno de esos raros santos que gustan a todo el mundo.

Bucchianico
Nacido a mediados del siglo XVI en Bucchianico, un pintoresco y pequeño pueblo de Chieti, en el centro de la península italiana, tuvo una juventud muy poco edificante que desembocó en una fuerte vocación religiosa tardía, motivada (en mi personal opinión) más por el deseo de servir y atender a los enfermos, tantas veces desasistidos (cuando no abandonados) en aquel tiempo, que por el puro sentimiento de piedad eclesiástica que, por supuesto, también tuvo.
Sea como fuere, el caso es que el renovado Camilo dedicó su vida y sus esfuerzos al cuidado de quienes, desatendidos por la sociedad civil, necesitaban de cuidados hospitalarios y de pura caridad humana, muy escasa y de todo punto deficitaria en una época asolada por pestes, epidemias y guerras que, como siempre suele ocurrir, tenían mucho más terribles consecuencias entre los desfavorecidos de la diosa fortuna por haber tenido la inocente culpa de pertenecer a las clases sociales más bajas.

San Camilo (Pierre Subleyras)
El resultado de todo ello fue la fundación de la congregación de los "Hermanos Ministros de los Enfermos y Mártires de la Caridad", que muy pronto serían conocidos como Camilianos o, aún más familiarmente, la Orden de los Camilos. La nueva orden religiosa, reconocida en 1586 por el papa Sixto V, alcanzaría su proclamación definitiva en 1591, bajo el pontificado de Gregorio XIV.
Camilo de Lelis fue canonizado en 1746 por Benedicto XIV.

Son muy pocas las órdenes religiosas que han sido tan unánimemente reconocidas y queridas por casi todo el mundo en cuantos lugares se establecieron, ayudando a sus enfermos y moribundos con su generoso esfuerzo y desinteresado trabajo. 
La Iglesia Católica, como todas las instituciones poderosas, ha tenido, a través de sus muchos siglos de gran dominio espiritual y material, una percepción tan irregular entre unos y otros que con frecuencia se olvida a quienes, como Camilo, crearon algo tan bueno como necesario y que, desde luego, va mucho más allá de unas creencias religiosas determinadas que no nos corresponde a nosotros valorar.
Pero la sabiduría popular es grande y eso ha hecho que el cariño de la sociedad les haya acompañado en su humanitaria y centenaria trayectoria.
Los Camilos lucían, tradicionalmente, una gran cruz roja en el pecho y no es casualidad que  este símbolo haya permanecido en una organización universal, la Cruz Roja, de la que los hermanos camilianos fueron directos precursores.

Nave central de Santa María Magdalena, Roma
Camilo murió en Roma el 14 de julio de 1614 y, en consecuencia, su festividad se celebra en ese mismo día. 
En 2014 se ha conmemorado, por tanto, el cuarto centenario de su muerte.


Pues bien , la popular Orden de los Ministros de los Enfermos (que es el nombre oficial utilizado en nuestros días por esta congregación) tuvo un convento en la calle de Fuencarral. 

Fue construido en 1643 (la 'Guía del Estado Eclesiástico', de 1828, dice 1461, lo que, al ser un error evidente, nos hace pensar en que se fundó sobre un edificio religioso anterior), "con el piadoso objeto de asistir a los enfermos moribundos" ([sic] 'Diccionario Geográfico Universal', de 1832). 
Leemos en varias fuentes que el Convento de los Agonizantes de San Camilo (está claro que las denominaciones antiguas no estaban condicionadas por los prejuicios actuales que obligan a constantes eufemismos) fue destruido durante la invasión francesa de 1808 y, finalmente, derribado en 1837, como consecuencia de la desamortización de Mendizábal.
No estamos conformes con la literalidad de esta explicación, ya que, como hemos mencionado más arriba, tanto en 1828 ('Guía del Estado Eclesiástico') como en 1832 ('Diccionario Geográfico Universal'), se habla en presente de la existencia de la iglesia y el convento. Más probable nos parece que sufrieran serios daños durante los años de reinado de José Bonaparte (la expresión "invasión francesa" me confunde un poco y no sé cómo relacionarla en este caso con la desamortización de 1809, llevada a cabo por orden de José I) y que ya se encontrasen en estado ruinoso y de abandono al llegar la definitiva de Mendizábal. 

La cruz roja de San Camilo
Casi todas las crónicas lo sitúan en el solar correspondiente a los números 20 y 22 de la calle, pero yo creo que es un error motivado por el cambio de numeración. 
No solo se produjo un cambio en los números de las casas como resultado de las demoliciones de la Gran Vía, sino que hubo otros anteriores. Ya Mesonero Romanos, por ejemplo, habla de sus cambios y dice en el Semanario Pintoresco Español, de fecha 27 de noviembre de 1853: "La otra calle llamada de Fuencarral está aún más completamente renovada y aprovechada por las nuevas y elegantes construcciones particulares...".
Un poco más adelante, cuando hace referencia expresa a algunos edificios, menciona sus numeraciones "antiguas" y "modernas". Estas últimas se volverían a ver modificadas tras la construcción de la Gran Vía.
Las fuentes más dignas de crédito señalan que el convento estaba situado en el extremo sur de la manzana 303, que corresponde a las esquinas de Fuencarral y Hortaleza con la calle de las Infantas (en el pequeño trozo que se llamó, en tiempos, calle del Piojo), por lo que parece claro que, como en varios sitios se señala, tenía fachadas a las tres calles, si bien a la de Infantas podría ser a través de un patio o huerto, entre dos casas ajenas al convento. En la de Fuencarral (por la que se accedía a la iglesia) se correspondería con los números 14, 16 y 18 actuales (en el 14 estuvieron en el siglo XX los populares Almacenes Eleuterio y, en el 18, la no menos famosa tienda de gabardinas Butragueño). La entrada principal al convento estaba en la calle de Hortaleza. En el plano de Tomás López, de 1785, vemos la situación de la iglesia y del convento. De igual forma, en la Planimetría General de Madrid, realizada en base a la 'visita general de casas' realizada en 1750 y 51, aparecen perfectamente descritas cada una de las fincas que pertenecían al convento en esa manzana (la 303) y queda claro que son todas (seis en total, con los números 1, 2, 3, 4, 25 y 26) las que ocupan su extremo sur, con fachadas a Fuencarral, Infantas y Hortaleza. 
En el plano de Chalmandrier (1761) se ve, con toda precisión, la situación de la iglesia, que ocupaba la finca del actual número 18 de la calle de Fuencarral. Esta ubicación coincide con la señalada en el ya comentado plano de Tomás López, más detallado y preciso que el de Nicolás Chalmandrier.

El Diccionario Geográfico Universal, editado en Barcelona en 1832, dice, literalmente: "Agonizantes de San Camilo, fundado en 1643 en la calle de Fuencarral, bajo la advocación de San Camilo de Lelis, con el piadoso objeto de asistir a los enfermos moribundos. Su iglesia es pobre".

El convento y la iglesia, en el plano de Tomás López (1785)
El pueblo madrileño no fue una excepción y profesó una abierta simpatía y gran cariño a los Camilos del convento de la calle de Fuencarral, reconociendo la meritoria labor que llevaron a cabo durante tantos años. 
El aprecio de los madrileños estaba bien justificado, pues las atenciones que los miembros de la orden dispensaban a quienes atendían (a domicilio, no en el propio convento) eran no solo un consuelo espiritual para los dolientes, sino que, en muchos casos, llegaban a conseguir su recuperación, pese a la general gravedad de los enfermos.

En la llamada Guía del Estado Eclesiástico de Julián Sánchez de Haedo, del año 1828, aparece la siguiente referencia al convento: "Casa profesa de Ntra. Sra. de la Asunción y San Dámaso, de PP. Agonizantes, fundado en 1461, calle de Fuencarral. Prefecto, M. R. P. José Climent. Procurador, R. P. José del Préstamo".

Puesto que, como ya hemos dicho, el convento de la orden data de 1643, y si tenemos en cuenta que parece claro que la denominación formal era la de Asunción y San Dámaso, nos queda la duda de si la iglesia o el convento se levantaron sobre una edificación religiosa muy anterior. Aunque también pudiera ser que lo previo fuera el nombre y, habiendo existido un centro religioso así llamado en otro lugar, los Camilos lo recuperasen para su nueva sede. Si bien, lo más probable es que se trate de una errata en la fecha que, en verdad, parece excesivamente temprana.
Sobre lo que no parece existir discusión es acerca de quién fue el fundador. En el Diccionario Histórico-Portátil de las Órdenes Religiosas (publicado en 1792 por Blas Román), su autor, Benito Francisco de Castro, especifica: "La Religión de Clérigos Regulares Agonizantes los introduxo el R. P. Miguel Juan de Monserrate en 1643 fundando en Madrid la primera Casa con título de la Asunción de nuestra Señora, y San Dámaso...".

Fue costeado con donativos, muy particularmente con el de la baronesa Beatriz de Silveira, esposa del noble lisboeta Jorge de Paz Silveira, barón de Castel Florido.

Cristo de la Agonía (Sánchez Barba)
La iglesia, como ya hemos reseñado, no destacaba por su calidad arquitectónica, sin embargo, guardaba algunas excelentes obras de arte de notables pintores y escultores, en especial de la llamada escuela madrileña. Se sabe, tal como recoge Amador de los Ríos en el número 199 de La España Moderna, que había en el convento pinturas de Antonio Arias Fernández, Francisco Camilo y Mateo Cerezo, así como esculturas de Sebastián Herrera Barnuevo, Luis Salvador Carmona , Alfonso Giraldo Bergaz y Juan Sánchez Barba.
Por desgracia, casi todas estas obras se han perdido o están en paradero desconocido, con la excepción de la imagen más famosa de Sánchez Barba, el Cristo de la Agonía, una bellísima talla que hoy se conserva en el cercano oratorio del Caballero de Gracia.
Una Virgen Dolorosa de Bergaz (que había sido trasladada cuando se desmanteló el convento a la iglesia de San Luis Obispo, en la calle de la Montera) fue destruida el 13 de marzo de 1935, fecha en la que fue incendiado el templo.

Nada parece recordar, en la bulliciosa calle que hoy es Fuencarral, aquella época, ya lejana, en la que los Camilos llegaron a ser vecinos de Goya y de Moratín, quienes vivieron muy cerca del convento cuando la piadosa institución ya estaba declinando, tras haber servido a enfermos y moribundos desamparados durante tantos años. 
Dicen que por este tramo de la calle pasan casi medio millón de personas al mes. Me pregunto cuántos de ellos sabrán que allí, frente al ya abandonado neón de Houdini (que antes fuera de la zapatería La Corona), estuvo el convento de los Agonizantes de San Camilo...

En 1803, se solicita del 'Arquitecto Mayor' (Juan de Villanueva) la aprobación del proyecto de reforma de la iglesia y el convento, del lado de la calle de Fuencarral, ya que, al parecer, las fachadas de las calles de Hortaleza e Infantas ya habían sido rehabilitadas. 
A lo largo del mes de septiembre de 1803, Villanueva informa favorablemente (haciendo algunas observaciones para la ejecución) y el día 30 de ese mismo mes se concede la licencia para que comiencen las obras.
Parece relevante la exacta medición que Villanueva hace de la longitud de la fachada (doscientos cincuenta y un pies y cuarto), así como la indicación de que "se deberá establecer sobre una perfecta línea recta". Si hoy medimos la distancia entre la esquina con Infantas y el principio de la finca número 20 de la calle, obtenemos esta justa medida. De igual forma, observamos la absoluta alineación de las fachadas de las casas actuales, mientras que, a partir de la siguiente, observamos un pequeño ángulo, comienzo de la curva que empieza a describir la calle en su ascenso en dirección norte. Si damos un vistazo al plano de Tomás López, apreciamos cómo las fachadas antiguas de iglesia y convento convergían en un leve ángulo, que desaparece en la reforma de 1803. Un detalle sutil que Villanueva no descuidó.

Fachada principal (Fuencarral) de la iglesia y el convento (1803)


Desconocemos si se terminaron o no las obras, ya que iglesia y convento se vieron afectados por el empeño de José Bonaparte de eliminar edificios religiosos de la capital de España, pero eso empezaría seis años más tarde, por lo que es de suponer que sí se concluyesen. En cualquier caso, la amortización de Mendizábal (promulgada en 1836 y, al parecer, materializada en el caso de los Agonizantes al año siguiente) acabó con los restos del convento, dando paso a unos almacenes de papel que, a finales del siglo XIX fueron reemplazados por edificios de viviendas (algunos de los cuales, aún subsisten).

Frescos nave central
Entretanto, en Roma, la Orden de los Ministros de los Enfermos mantiene viva la memoria de su fundador. Muy especialmente en su casa madre, la iglesia barroca de Santa María Magdalena, en pleno Campo de Marte, a pocos pasos del Panteón.
Allí permanecen sus venerados restos, en un templo de delicada belleza, en el que destaca su magnífico órgano de madera dorada y su sacristía rococó, con sus frescos representando a San Camilo adorando a la Virgen y sus impresionantes armarios originales, obra de Girolamo Pesci.
La iglesia, guarda tesoros de arte como la Madonna della Salute o la estatua milagrosa y policromada de Santa María Magdalena. Pero también conserva el recuerdo de la romántica historia de Teresa Bennicelli y Pio Pratesi, dos jóvenes cuyo trágico amor está para siempre unido a esta bonita y acogedora iglesia romana. 

Frente a la fachada de Giuseppe Sardi, para poder disfrutar de ella a la caída de la tarde, cuando la luz empieza a declinar sobre la ciudad, está la terraza de uno de mis restaurantes favoritos de Roma: Clemente alla Maddalena. Un rincón sencillo y auténtico, de esos que cada vez van quedando menos en todas las grandes urbes del mundo. 


Santa María Magdalena, Roma
Allí es fácil imaginarse a Camilo, el niño que nació en un establo de Bucchianico. No por ser pobre, que no lo era, sino porque su madre quiso que su hijo naciera como Jesús. 
Camilo, el hijo de Giovanni de Lellis, un capitán al servicio de Carlos I, cuya carrera militar siguió en sus desenfrenados años jóvenes, hasta que su vida dio un giro profundo que marcó su destino y el de tantos enfermos por los que él luchó infatigablemente. 
El patrón de los trabajadores de la salud y de los enfermos, a los que ambicionaba asistir come una madre assiste il suo unico figlio infermo...
El santo cuyos seguidores atendieron  y curaron a los enfermos más necesitados, desde su modesto convento madrileño de la calle de Fuencarral.

viernes, 17 de octubre de 2014

Crónica negra

Los balcones de Fuencarral 95 (moderno), 109 (antiguo)
Ningún lugar famoso llega a serlo del todo sin su particular crónica negra. 
La calle de Fuencarral no solo no es una excepción a esta norma, sino que, por el contrario, ha pasado a los dramáticos anales del crimen ocupando (¡cómo no!) un puesto de excepción.

Es de suponer que, a lo largo de su dilatada historia, Fuencarral no se ha librado de un buen número de sucesos luctuosos, pero yo solo guardo memoria de cinco de ellos, de los que dos son muy próximos en el tiempo (y uno de ellos no solo en el tiempo).


Sin duda alguna, el crimen más conocido fue el acaecido en el año 1888, que tuvo lugar en el antiguo número 109, que corresponde al 95 de la actual numeración. Parece que todos coinciden en que este nunca bien resuelto caso, que mantuvo en vilo a toda la sociedad española (no solo madrileña) durante más de dos años, ha sido el que mayor trascendencia popular ha alcanzado en nuestro país. Y, claro, no es de extrañar que sucediese en una calle que, como bien sabemos (ya lo dijo mi buen amigo Fernando Herrero, presidente de la Academia de Publicidad), más que una vía urbana es todo un mundo.

Dibujo del crimen y coplilla popular
El suceso ha pasado a la historia con el inequívoco nombre de "El crimen de la calle Fuencarral" y su relevancia llegó mucho más allá de lo policiaco o jurídico, puesto que hizo correr ríos de tinta en los periódicos de la época, llenó de conversaciones las tertulias de cafés y mentideros y fue objeto de una crónica periodístico-literaria por parte de Benito Pérez Galdós, así como su reflejo en las pantallas de televisión (Angelino Fons) y cine (Edgar Neville).


La historia, con independencia de los tintes novelescos con los que la prensa y el propio pueblo de Madrid la adornaron, es extremadamente sórdida y escabrosa, habiendo participado en ella una mezcla de personajes propicia para la dramatización de unos hechos que no hubiesen tenido tanta trascendencia mediática de no haber tenido un papel en ellos, de una u otra forma, personas notables (José Millán Astray) o propios de un sainete tragi-cómico (el 'Pollo Varela').


Los principales personajes del proceso
No procede transcribir aquí los detalles de unos acontecimientos sobre los que ya se ha escrito y especulado demasiado, pero si alguien está interesado en conocer una versión seria y bien documentada de los acontecimientos, le recomiendo que lea "La célebre causa del crimen de Fuencarral. Proceso penal y opinión pública bajo la Restauración", de Carlos Petit.

Como supongo que pocos estarán dispuestos a leer las cuarenta y cuatro interesantes páginas de este documento, resumiré que Luciana Borcino, una viuda rica y de reconocido mal carácter, apareció muerta en su piso (el segundo izquierda del número 109 de la calle de Fuencarral), acuchillada y con su cuerpo medio calcinado. 

Las sospechas recayeron pronto en su criada Higinia Balaguer, una joven sirvienta que llevaba poco tiempo en la casa y cuyo historial no era de mucho fiar. Como tampoco lo era el del hijo de la difunta, el célebre 'Pollo Varela', cuyo historial delictivo y chulesco no terminaría hasta mucho tiempo después, tras la muerte de una prostituta en la calle de la Montera, por la que estaría recluido catorce años en el penal de Ceuta.

El 'Pollo Varela'
Varela, al parecer, entraba y salía de la cárcel (en la que estaba internado en el momento del crimen) con asombrosa facilidad, Higinia había servido en casa del director de la prisión de Varela (la Cárcel Modelo de Madrid) y era novia de el 'Cojo Mayoral' (que regentaba una modesta cantina frente al mismo establecimiento penitenciario), además de tener una amiga que también resultó implicada, una tal Dolores Ávila (más conocida como 'Lola la Billetera'), finalmente condenada a dieciocho años de prisión por cómplice...


Una trama, en suma, rocambolesca que resultó aderezada por los constantes cambios de declaración de Higinia, la amistad del presidente del Tribunal Supremo, Eugenio Montero Ríos, con Millán Astray (por la que tuvo que dimitir), las múltiples irregularidades surgidas durante la instrucción y el mismo juicio, la Acción Popular que ejerció la prensa para personarse (creo que fue por primera vez) en la causa, los enfrentamientos (públicos y habituales) entre higinistas (partidarios de Higinia) y varelistas (de Varela), que llegaron a simbolizar la lucha de clases de una sociedad en plena ebullición política...


Al final, tras un proceso que necesitó de las fuerzas de orden público para controlar a las masas que se amontonaban a la entrada del Palacio de Justicia, Higinia fue sentenciada a muerte y sería públicamente ejecutada en el garrote vil el sábado 19 de junio de 1890, a la edad de veintiocho años. A su ejecución asistieron cerca de veinte mil personas...

Instantes antes de su muerte, Higinia gritó sus nunca esclarecidas últimas palabras: "¡Dolores, catorce mil duros!".



Cecilia Aznar y sus compinches
Algunos años después, en 1902, se produjo otro asesinato en la calle Fuencarral que tuvo cierta notoriedad, si bien nada comparable con el de Luciana Borcino. Se trata del que fue conocido como "El crimen de la plancha". 

Manuel Pastor y Pastor, un hombre soltero (en aquellos tiempos, solterón) de 42 años que, aparte de estar un poco mal de la cabeza, vivía en el número 45 de la calle (hoy el 33), fue golpeado en la cabeza con una plancha por su criada, Cecilia Aznar, cuyo móvil habría sido el robo. Cecilia fue detenida, juzgada y condenada a muerte, pero su pena fue conmutada por la de cadena perpetua. Estuvo muchos años en prisión, pero en 1937, aprovechando el revuelo causado en los días de la guerra durante los que muchas cárceles fueron abiertas, Cecilia Aznar desapareció de la de Alcalá de Henares (en la que estaba recluida) y, como diría Pepe Iglesias 'El Zorro', "...de la pobre Cecilia... nunca más se supo...".


Manuel Pastor y el arma homicida


Tampoco le faltaron a este suceso circunstancias propicias para contribuir a que los periódicos aumentasen su tirada. Cecilia declaró en el juicio que si golpeó a Manuel fue "en defensa de su honra", lo que, a todas luces, parece excesivo teniendo en cuenta los tremendos destrozos que causó en la cara y la cabeza del infortunado Pastor.

Tras el crimen, Cecilia viajó a Barcelona, donde, ayudada por un par de astutos rufianes (Iglesias y Garreta), vendió parte del botín (concretamente, en la joyería La Estrella de Oro) y el dinero obtenido tuvo que compartirlo, bajo amenazas, con sus dos compinches, quienes la recomendaron huir de España desde Puigcerdá, convenciéndola de que desde allí podría embarcar con rumbo a un país extranjero (!). Cecilia les hizo caso y, una vez llegada a esa localidad del Pirineo, comprobó que la lejanía del mar era más que considerable.
Una buena descripción de los pormenores de este crimen es la que hace Martín Olmos Medina en su artículo "Faena de Plancha". Merece la pena leerlo.





Sin embargo, pese a la inmensa popularidad del crimen del año 1888, yo mantengo la firme opinión de que el acontecimiento criminal de mayor trascendencia perpetrado en la calle de Fuencarral fue el del teniente Castillo, verdadera espoleta de la sublevación del 18 de julio de 1936 o, al menos, la mecha que encendió la excusa para su inmediata puesta en marcha.


El teniente Castillo
José del Castillo Sáenz de Tejada había participado, años atrás, en la guerra de África, en la que sirvió como oficial de infantería. En 1936, comenzó a prestar sus servicios en la Guardia de Asalto, en la que había solicitado destino. 
Castillo, era un militar muy concienciado políticamente y sus ideas socialistas eran notorias y públicamente declaradas. Vivía en el número 11 de la calle de Augusto Figueroa, en el mismo portal en el que, años después, tendría su casa mi amigo y compañero Fernando Mesa, buen pintor y, aún mejor, profesional de la publicidad, que destacó en los años 60 y 70 por su excepcional trabajo como cartelista.
Los tristes hechos sucedieron en la noche del 12 de julio de 1936, hacia las diez. El teniente Castillo se dirigía a su cuartel, en la plaza de Pontejos, cuando, al doblar la esquina de Fuencarral, justo delante de la pequeña capilla de la Virgen de la Soledad, fue asesinado a tiros por varios individuos. 
Nunca se ha esclarecido del todo la autoría material del crimen, ya que, según las fuentes, se llegan a mencionar hasta tres alternativas diferentes. En cualquier caso, sus asesinos cometieron un acto vil y cobarde que, además, tuvo terribles consecuencias, ya que los compañeros de Castillo contestaron el crimen matando a José Calvo Sotelo, diputado y líder de Renovación Española. 
Casi todos los historiadores coinciden en afirmar que estos asesinatos fueron el detonante final del comienzo de la guerra civil que estalló unos pocos días más tarde.


Los otros dos crímenes a los que me refería al principio, y que completan los cinco de los que tengo noticia, tuvieron una repercusión en prensa mucho menor, si bien los viví mucho más de cerca.

ABC, 8 de marzo de 1997
El primero de ellos fue el del "empaquetador de cadáveres", que tuvo lugar el 28 de febrero de 1997 y sucedió, precisamente, en Fuencarral 39. 
Para ser más exacto, concretaré que se produjo en el piso cuarto izquierda, el mismo en el que, muchos años atrás, viviera el inefable Sr. Pellico.
Un mauritano de 35 años, de nombre Ould Chelk, vendedor ambulante de golosinas y tabaco, que solía ofrecer su mercancía junto a los cines de la Gran Vía (sí, entonces todavía había cines en la Gran Vía) y que vivía en la pensión que ocupó el viejo piso del Sr. Pellico, golpeó hasta la muerte a Rosa Gabarre, una mujer de 32, toxicómana, que vivía de pedir limosna por el barrio y tuvo la mala suerte de encontrarse con Chelk y entablar algún tipo de relación con él. Se dice que todo se precipitó porque el vendedor de golosinas acusó a Rosa de haberle robado.

Lo más macabro del caso es que el cadáver de rosa permaneció dos días en la habitación de su asesino, envuelta en bolsas de basura y metida en una caja de cartón... 
Nadie en Fuencarral 39 se enteró de nada... nadie oyó nada. Y todos los compañeros de pensión de Ould, al igual que los vecinos, mostraron su sorpresa por la terrible noticia y la acogieron con incredulidad, pues tenían una excelente opinión de él: les parecía imposible que fuera el autor de semejante atrocidad.
Según cuenta la crónica de El País, la policía también le atribuyó el "empaquetamiento" de otra chica, llamada Yolanda, cuyo cadáver había aparecido por las mismas fechas en la calle de la Puebla, en posición fetal y envuelto en bolsas de plástico, mantas y cartones (el de Rosa fue encontrado en el interior de un contenedor, en Bárbara de Braganza). Sin embargo, no estaba clara la causa de su muerte...

Desconozco la resolución judicial del asunto y no he encontrado más documentación sobre este crimen tan próximo, del que tuve la primera noticia al ver en la televisión a los vecinos de Fuencarral 39 contestando a las insistentes preguntas de los reporteros frente al portal. Tremendo. 



Fuencarral 31 en Telemadrid, el 10 de mayo de 2014
El último, el más vulgar de todos, tuvo lugar el 9 de mayo de 2014, en un rellano de la escalera del número 31 (el edificio contiguo al del crimen de la plancha). Una mujer de nacionalidad búlgara, de 57 años (siempre me ha llamado la atención la diligente precisión con la que las crónicas de sucesos especifican la edad de cuantos están implicados en ellos), apareció muerta, en mitad de un gran charco de sangre. 
Todo apuntaba a que había sido degollada por su propio hijo, al que algunos vecinos vieron salir del portal y que era conocido por maltratar con frecuencia a su madre.
Según contaba el diario El Mundo, la víctima, que se dedicaba a la mendicidad, y su hijo habían estado residiendo en uno de los hostales de la casa (hay varios en el 31 de Fuencarral) y, cuando no disponían de dinero, era frecuente verlos durmiendo en el portal.
Este peligroso individuo, tan poco recomendable, que tenía a sus espaldas varios antecedentes penales por diversas causas, fue detenido un día más tarde por la policía y puesto a disposición judicial, acusado del homicidio de su propia madre.


Es seguro que se han producido muchos más sucesos criminales y luctuosos en una calle que, en su larguísima historia, ha sido testigo de infinidad de acontecimientos positivos y estimulantes para la vida de una capital de cuyo permanente crecimiento, vitalidad y desarrollo es parte fundamental, pero que, asimismo, ha sido protagonista y escenario de episodios que nos gustaría que nunca hubiesen llegado a suceder ni en ella, ni en ningún otro lugar, aunque todos sepamos que, por desgracia, la humanidad es incapaz de seguir su curso, a través de los siglos, sin escribir, con tinta de sangre, su terrible crónica negra... o roja.

viernes, 10 de octubre de 2014

La breve calle de San Onofre

Pese a sus poco más de sesenta metros de longitud, esta pequeña calle que une Fuencarral con Valverde en el actual primer tramo de ambas, no es, como algunos podrían suponer, la más corta de Madrid (honor que ostenta la no muy lejana Rompelanzas con sus apenas veinte metros que unen Carmen con Preciados).


San Onofre
En cualquier caso, parece razonable que antes de hablar de la calle, sepamos quién fue el santo de su nombre. Pues bien, San Onofre (Onuphrius, en el idioma oficial de la Iglesia Católica) fue un santo muy antiguo que vivió en Egipto allá por el siglo IV y que hoy todavía es muy venerado por la comunidad copta, así como en un buen número de lugares del orbe católico. Al parecer, tras una salvación milagrosa de la hoguera, siendo aún un niño, Onofre entró en un convento del desierto que, más tarde, abandonó para llevar una vida de ermitaño. 
Así permaneció durante sesenta años, alimentándose de dátiles y agua y vestido con sus propios cabellos, hojas de palma y hierbas entretejidas. Es uno de los llamados Padres del Desierto (famosos eremitas contemporáneos de Onofre) y patrón de varios pueblos españoles, así como de Mónaco y Múnich. Su festividad se celebra el 12 de junio.


A mí siempre me llamó la atención este nombre, tal vez por haber vivido desde niño tan próximo a su calle, y debo reconocer que me gusta y me inspira una abierta simpatía.
Su calle madrileña también me resulta simpática. 


Al parecer, lleva este nombre desde tiempo inmemorial y con él aparece ya en el plano de Texeira de 1656. 
Las crónicas de la villa cuentan que aquí existió una ermita medieval, dedicada al santo, cuando estos parajes eran tan solo bosques, atravesados por arroyos y situados al norte del pequeño núcleo urbano de Magerit.


En el plano de Texeira
Mis recuerdos no llegan tan lejos y, para mí, las dos esquinas con Fuencarral, están asociadas con los comercios que las ocupaban a mediados del siglo XX: la Peletería San Onofre (en la más próxima a la Gran Vía) y la tienda de ultramarinos y cafés de El Cafeto.

La primera, situada en el local de planta baja y primer piso en el que hoy vemos instalada a la marca Diesel (y que fue, por un espacio de tiempo más bien breve y anterior a la apertura de esta nueva tienda de ropa, una cafetería/chocolatería) era una peletería de reconocido prestigio en Madrid, por lo que su cierre provocó una relativa sorpresa (ya estaban desapareciendo demasiados comercios de la zona como para ser algo imposible de imaginar) entre los vecinos y habituales de esta parte inicial de la calle de Fuencarral.

La Peletería San Onofre, al igual que Diesel en la actualidad, tenía escaparates a las dos calles y su entrada por Fuencarral, pese a pertenecer a la finca que ostenta el número 1 de la calle de San Onofre.


Justo enfrente, también haciendo esquina con Fuencarral (en el antiguo número 33, que hoy es el 21), se encontraba una de mis tiendas favoritas: El Cafeto. 

No solo era una magnífica tienda de ultramarinos, sino que llevaba el nombre de una de las marcas de café más populares de aquellos tiempos, cuyo pegadizo jingle publicitario se oía con frecuencia en casi todas las emisoras de radio.
La sede central de El Cafeto y su almacén de coloniales, propiedad de Crótido de Simón Martínez, estaba en el número 7 de la cercana calle de Hernán Cortés, siendo la tienda de Fuencarral su principal escaparate de cara al público madrileño. 
El local está ocupado, desde hace muchos años, por la Fundación Gonmar de Arte Surrealista, un tema muy apropiado, sin duda, para la actual calle de Fuencarral.


Apenas siete inmuebles son los que forman la calle, tres en la acera de los impares y tres, más estrechos, en la otra.

Tras el de la vieja peletería y hoy moderna Diesel, que corresponden al primer número, aparece la cafetería La Austriaca, ya en el 3, un lugar popular, económico y muy frecuentado por quienes trabajan en sus proximidades. Siempre lleno a la hora del desayuno y la comida, sus platos caseros, sus precios moderados y su veteranísimo y eficaz personal hacen que la mayoría de sus clientes sean habituales de este restaurante familiar que sirve postres elaborados por su vecino, el Horno de San Onofre.
El Horno de San Onofre es una de las confiterías de Madrid más apreciadas por la calidad de unos productos que son elaborados con técnicas artesanales, pero no exentos de un toque de modernidad en su presentación. Desde 1972, Daniel Guerrero, transformó la antigua pastelería El Buen Gusto (mencionada por Galdós en su novela Fortunata y Jacinta) en el local de éxito que todos conocemos hoy. Sin duda ninguna, esta reputada empresa de repostería artesana (cuenta con varias sucursales en Madrid) es lo más famoso de la calle y el hecho de llevar su nombre ha contribuido a darla a conocer entre vecinos y visitantes de la capital.


Ya haciendo esquina con Valverde y frente al histórico convento e iglesia de las Mercedarias, nos encontramos con un edificio totalmente renovado que alberga al Splendom Suites Gran Vía, una excelente alternativa al hotel para hospedarse en pleno centro de Madrid y sentirse como en casa, a un precio razonable y disfrutando de habitaciones o apartamentos con cocina privada y todos los servicios, en un ambiente que mezcla lo contemporáneo y lo clásico. La rehabilitación del inmueble se ha hecho respetando al máximo el exterior, que mantiene todos los elementos propios de las bonitas casas madrileñas de finales de XIX y principios del siglo XX. Muy recomendable tanto para viajes de negocios como para turismo y estancias familiares.

El luminoso de Houdini, reflejado en la ventana de Diesel
La otra acera, la de los pares está un poco más apretada de comercios y locales, pues son más y, en general, de menor tamaño que sus vecinos de enfrente. 

En la misma esquina de Fuencarral en la que estuvo El Cafeto, pero entrando por San Onofre y ocupando un gran local interior de varias plantas, estuvo la conocida sala de magia Houdini, que todavía conserva su enorme cartel vertical de neón, bien visible para todos aquellos transeúntes que suben y bajan por la concurrida calle de Fuencarral. Hace años que se trasladó al barrio de Prosperidad y allí sigue ofreciendo espectáculos sobresalientes de magia, como los que hubo en el antiguo local de San Onofre, al que tuve la suerte de acudir muchas veces y ver, en directo, excelentes actuaciones de grandes ilusionistas, como Juan Tamariz y mi amigo, el malogrado Pepe Carroll, entre otros.
Junto a la que fuera la entrada de la sala de magia, tenemos la oportunidad de tomarnos una ración de pizza en L'Isola Bella, uno más de los múltiples puntos que el Gruppo Il Siciliano tiene, eficazmente, repartidos por Madrid.

En el número 4 vivió el insigne músico Isaac Albéniz, tal como acredita una placa situada sobre su fachada. Esto sucedió entre 1873 y 1882, mientras cursaba sus estudios en el Real Conservatorio de Música, siendo ya un prodigio al piano, pues dio su primer concierto con este instrumento a la edad de cuatro años. Albéniz nació en Camprodón (Gerona), localidad que lleva el nombre del autor del libreto de Marina, y falleció en Cambo-les-Bains, el maravilloso pueblo cercano a Biarritz que tanto me gusta y donde vivió Edmond Rostand, el dramaturgo francés a quien debemos Cyrano de Bergerac

Estas tres circunstancias, añadidas a la indiscutible calidad de su música, hacen de Albéniz uno de mis músicos españoles favoritos.


Muy cerca, y ya en la siguiente casa, nos encontramos con Harpo. HRP-Harpo es un centro de maquillaje profesional, que cuenta con escuela y una tienda especializada en la que se puede encontrar de todo lo relacionado con este verdadero arte, que aquí alcanza su máxima expresión. Pelucas, bigotes, barbas, pestañas... cualquier complemento necesario para el maquillaje del mundo del espectáculo está disponible en Harpo y, por supuesto, en su página web, cuya tienda virtual también merece una vista reposada de todos los interesados en el tema.

Al llegar al número 8, el último de la calle en este lado, vemos algo que no nos gusta. Es la imagen, cada vez más deteriorada, de lo que fue un pequeño comercio histórico, de esos que nos gustan tanto a todos los que añoramos un tipo de tiendas de las que, por desgracia, cada vez quedan menos. Me refiero a la colchonería de Mariano Marina, fundada en 1897 y cuyas últimas dueñas fueron sus nietas, Ángela, Trinidad y Pilar. El negocio no ha podido aguantar más y desde finales de 2011, el local se encuentra a la venta. Lo único que cabe esperar es que quien termine comprándolo tenga la sensibilidad, el buen gusto y la inteligencia de conservar el rótulo original que con la especial belleza de este tipo de carteles, serigrafiados sobre cristal o espejo, avisa con meridiana claridad a qué se dedicaba el señor Marina. Ojalá sea así.

Colchonería de Mariano Marina
Junto a la vieja colchonería está la interesante y ya veterana peluquería de Alfredo Jiménez, cuya pequeña entrada da acceso a un interior bien decorado y atractivo, en el que se atiende a clientes de uno y otro sexo, muchas veces interesados en buscar un nuevo aspecto en su imagen a través de su peinado, y que suelen encontrar en esta peluquería el lugar ideal para hacerlo, pues llevan muchos años especializados en adaptar el corte de pelo a la personalidad del cliente, algo que, sin duda, es siempre atractivo y que, sin embargo, pocas veces se intenta con verdadera determinación. Aquí, los que se decidan a dar ese paso, tienen garantizado estar en las mejores manos para que les ayuden a reconducirse hacia un estilo más clásico, moderno o vanguardista... 

Ya casi al final de la calle, el sencillo bar San Onofre limita con los escaparates de una tienda de calzado deportivo (Consuela) que ya no pertenece a esta calle, sino a Valverde.

Miradores y balcones en la calle de San Onofre
Y es, precisamente este cierre visual al que se enfrenta quien venga andando por San Onofre desde Fuencarral, lo más notable del entorno. 
Se trata, nada menos que del convento, colegio e iglesia de las Mercedarias de D. Juan de Alarcón. La iglesia, terminada en 1656, es una joya del barroco madrileño. 
En su interior, es de destacar el retablo del altar mayor, en el que se alza, imponente, un gran cuadro de Juan de Toledo en el que se representa a la  titular del convento, que es la Inmaculada Concepción.
Una visita obligada para quienes quieran completar su paso por la pequeña calle de San Onofre con algo de mayor entidad artística e histórica que tomar el fresco, cambiar de peinado o comprar dulces (aunque sean muy buenos, que lo son).


Las Mercedarias de D. Juan de Alarcón

Una calle breve, sí, pero con larga historia e inseparablemente ligada a su concurrida vecina, la gran arteria de Fuencarral, por la que nunca deja de fluir una corriente humana que no debería pasar tan distraída junto al bonito y muy antiguo nombre de Onofre, que trae recuerdos del solitario desierto egipcio, de una olvidada ermita medieval y, para mí, de aquella elegante peletería de la esquina. Y, por supuesto, de la música ingenua y radiofónica del excelente torrefacto El Cafeto: "¡Ay! ¿A quién no le gustará...?"

lunes, 6 de octubre de 2014

'Fortuna'

Diego Mazquiarán 'Fortuna'
El torero Diego Mazquiarán, 'Fortuna', vivía, en aquel 23 de enero de 1928, en el número 40 de la calle de Valverde, una casa colindante, por su parte trasera, con Fuencarral 43 (donde estuvo el enorme inmueble con gran patio central que albergó a la famosa empresa de pianos Hazen), lo que quiere decir que está muy próxima, también, al patio (de curiosa forma casi triangular, por cierto) al que dan las cocinas de Fuencarral 39, que es compartido con Valverde 32.

Hago estas precisiones geográficas previas (de las que adjunto detalle gráfico debajo de estas líneas) para resaltar la próxima vecindad del domicilio del matador que saltó a la fama en aquella ya lejana mañana madrileña con la finca que protagoniza este blog.


Valverde 40 y Fuencarral 39
La historia de 'Fortuna' es bien conocida en Madrid y fue muy popular en su momento, a finales de los años veinte del pasado siglo.
Ese frío día de enero, un toro y una vaca se habían escapado del grupo de reses de Luis Hernández que, tras pasar por la inspección sanitaria, iban camino del matadero municipal.
Al parecer, la vaca fue pronto atrapada, pero el toro siguió sus imprevistas correrías por las calles de la capital, sembrando el desconcierto entre los muy asustados transeúntes que se encontraban con una compañía tan infrecuente en pleno centro de Madrid.

El toro hirió gravemente a tres personas en su recorrido desde la cuesta de San Vicente y la plaza de España hasta la plaza de San Ildefonso, en el que se presentó cuando el mercado estaba en pleno apogeo. 
El camino exacto que siguió la desconcertada res lo desconozco, pues, según las diferentes versiones, varía ligeramente, pero lo importante e indiscutible es que acaba saliendo a la Gran Vía, la nueva y elegante avenida, imagen del nuevo Madrid.

'Ángelo', sembrando el pánico en la Gran Vía madrileña












Allí es donde entra en escena Diego, quien paseaba en esos momentos por las inmediaciones del Casino Militar, en la esquina de la Gran Vía con la calle del Clavel. 
Es fácil de imaginar el revuelo con el que se recibió la presencia del bravo astado en un lugar tan concurrido y poco apropiado, así que 'Fortuna' se despoja de su abrigo y comienza su faena más famosa (probablemente, la única de las suyas que ha pasado a la historia del toreo).

'Fortuna' era natural de Sestao y tenía 32 años cuando se vio abocado a una situación tan singular. Dicen que mandó a un chico con un chófer a buscar un estoque a su domicilio, bastante próximo, pues las espadas (o, tal vez, sables) que le ofrecieron desde el Casino Militar no parecían armas apropiada para finiquitar al morlaco.

Es una lástima que las crónicas no cuenten la escena del muchacho reclamando los trastos de matar en la residencia del señor Mazquiarán (también me sorprende que, de paso, no recogiera una muleta, bastante más manejable para ayudarse en la suerte del volapié que el incómodo y aparatoso abrigo), pero, por lo que se lee en periódicos y otras publicaciones de la época, al chico le entregaron el estoque con celeridad y sin pedirle demasiadas explicaciones (lo que no deja de ser asombroso por lo inusual de la situación, salvo que en casa de 'Fortuna', que, según cuentan, era bastante bronquista y tirando a pendenciero, fuese habitual despachar estoques, sin más, a jóvenes desconocidos).

El caso es que el torero, tras una faena de aliño a la que dedicó los veinte minutos reglamentarios (tiempo preciso para que llegase el imprescindible estoque), hizo rodar por los adoquines de la Gran Vía a 'Ángelo' (creo que así se llamaba el toro), al que le colocó una muy eficaz media estocada, seguida de un ya definitivo descabello.

En el centro de la imagen, con abrigo claro, 'Fortuna'











Debemos señalar llegado este punto que si por algo destacaba el diestro de Sestao era por su maestría en el arte del volapié que, según cuentan, era la suerte que mejor ejecutaba.
Las ovaciones y pañuelos al viento de los improvisados espectadores no se hicieron esperar y 'Fortuna' fue fotografiado para la posteridad, aclamado por los presentes y recompensado, después, por las autoridades por su valerosa y desinteresada actuación.
Todo esto sucedió, exactamente, frente a la entrada de lo que hoy es el 'Museo Chicote', a la altura del número 12 de la que entonces se llamaba avenida del Conde de Peñalver, alcalde de Madrid e impulsor del proyecto de la recién estrenada gran calle madrileña.
Por supuesto, salió en hombros de la Gran Vía, siendo trasladado de esta guisa hasta el conocido Café Regina (según algunas fuentes, ya que otras citan el nombre de un café diferente), situado junto al Casino de Madrid, en la cercana calle de Alcalá.

'Fortuna', tras su hazaña en la Gran Vía
Mazquiarán era ya un diestro en declive en esas fechas, pero su popularidad se disparó con su intervención en la Gran Vía madrileña y en octubre de ese mismo año, le fue impuesta la Cruz de Beneficencia por el maestro Nicanor Villalta, en la corrida de la Asociación de la Prensa en la que, además, cortó una oreja. Ese mismo año toreó otras dieciocho corridas, gracias a la fama adquirida en aquella lidia improvisada, que no solo tendría repercusión mediática en España, sino que, asimismo, alcanzaría protagonismo en las portadas de la prensa extranjera (algunas de ellas, con versiones un tanto folclóricas). 

´Fortuna´ había tomado la alternativa de manos de Rafael Sánchez 'El Gallo', en 1916 y había toreado con figuras de primer nivel, como 'Joselito', Juan Belmonte o Ignacio Sánchez Mejías, pero el paso del tiempo y, sobre todo, su carácter difícil le habían ido apartando del buen nivel que mantuvo en sus primeros años como matador. 

Las Ventas en 1929
Sin embargo, su gran hazaña madrileña le permitió ser nada menos que el matador del primer toro ('Hortelano') que se lidió en la plaza de toros de Las Ventas, el 17 de junio de 1931. Curiosa inauguración, por cierto, pues, tras ella, el nuevo coliseo de la capital de España permaneció cerrado durante tres años, hasta que la zona (conocida en esos tiempos como 'Las Ventas del Espíritu Santo') se consideró acondicionada y con la dignidad suficiente para albergar festejos taurinos de la importancia que exigía una plaza del máximo nivel como la que se había construido para sustituir a la antigua de la calle de Goya. La verdad es que los alrededores de la llamada 'Plaza Monumental de las Ventas' dejaban mucho que desear por aquel entonces, estando rodeado el flamante coso taurino de descampados y chabolas, junto al insalubre arroyo del Abroñigal (la actual M-30) y su miserable puente, frecuentado por los cortejos fúnebres que se dirigían al cementerio de la Almudena.

Dos detalles del cartel (Museo Taurino de Madrid) de la corrida de inauguración de la 'Nueva Plaza de Toros de Madrid' (Las Ventas), que tuvo lugar el día 17 de junio de 1931.














Tras su año de gloria, mi vecino 'Fortuna' pronto cayó en picado. Su salud mental no era buena y acabó falleciendo en Lima, el 10 de mayo de 1940, después de haber pasado unos últimos años difíciles, en los que su enfermedad se fue agravando sin remedio. Y allí está enterrado, en un nicho del cementerio Presbítero Matías Maestro. Un triste final para el torero más célebre de la Gran Vía de Madrid.