El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

domingo, 3 de agosto de 2014

La capilla de Nuestra Señora de la Soledad

Esta pequeña capilla, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, cuenta con una larga historia, muy ligada a la tradición de la vida madrileña.
La capilla en el plano de Mancelli-De Wit
Hoy estaría ya completamente olvidada (y, tal vez desaparecida) de no haber tenido la fortuna de estar situada en la que hoy es la calle comercial más animada y vital de Europa.


Desde tiempos inmemoriales se tiene noticia del viejo humilladero que acabaría dando nombre a una calle, la que hoy todos conocemos por su denominación actual: Augusto Figueroa.

Según parece, el primer plano de Madrid es el de Mancelli-De Wit, que data de 1622-1635, y tanto en él, como en el posterior y más conocido de Texeira (1656), ya aparece la calle de Santa María del Arco, que era su nombre original (luego, a partir de 1835 se llamó "del Arco de Santa María") y hace referencia al arco que enmarcaba una figura o retrato antiguo de la Virgen María, tal vez anterior al que hoy se conserva en el interior del oratorio, que sigue figurando en el registro del Ayuntamiento de Madrid como Capilla de Santa María del Arco y, afortunadamente, está catalogada como elemento singular por el Plan General de Urbanismo, gozando del más alto nivel de protección (1).


El gran portón de la capilla
Quienes hoy pasen frente al número 44 de la calle de Fuencarral, justo en la esquina con Augusto Figueroa y frente a la llamada "plaza del olivo" (un ensanchamiento de la calle que ocupa el espacio de lo que fuera en gran patio del caserón que, desde la construcción de la Gran Vía, llevaba el número 43 y que fue demolido para crear esta falsa plaza), se encontrarán con un pequeño oratorio de ladrillo visto, siempre cerrado, en cuyo interior podemos apreciar (si miramos con atención a través de los barrotes y cristales de la ventana abierta en el gran portón de madera que existe bajo el arco de medio punto) sobre el altar, un bonito cuadro de Nuestra Señora de la Soledad, junto a la que aparece San Francisco de Paula, de autor anónimo, que con gran probabilidad es una pintura del siglo XVII. Y, a nuestra izquierda, una preciosa talla policromada, de tamaño natural (unos 170 cm), que representa al Cristo del Consuelo, al que Galdós llamó "Cristo de las Llagas" en su primera novela, La Fontana de Oro. La talla puede ser anterior al cuadro, pero, en cualquier caso, parece que se trata de una obra de finales de XVI o del XVII.


Nuestra Señora de la Soledad
Ambas estaban muy deterioradas y fueron bien restauradas en 1983, al igual que el propio edificio del oratorio.

Eso sí, un inoportuno árbol, plantado por los afanosos servicios municipales frente a la puerta, hace aún más difícil a los viandantes reparar en la capilla...



Lo que cuentan las crónicas (y al parecer está bien documentado) es que ya en tiempos de Felipe II, cuando la calle de Fuencarral era, tan solo, un camino que partía, entre bosques y arroyos, de la puerta de la muralla de Madrid, situada en la actual Red de San Luis, existió en este mismo lugar un humilladero (una capillita sobre pilares y cubierta con techo) en el que los viajeros se detenían a rezar cuando entraban o salían de la villa. 



Los primeros propietarios conocidos de las casas que ocupaban la actual esquina fueron Sebastián de Cigales, Alonso Rubio y, más tarde, el Marqués de Navahermosa, quien, al parecer, fue el que mandó levantar la capilla, sustituyendo al viejo humilladero.


Cristo del Consuelo
La propiedad quedó ya en manos de distintos miembros de la nobleza, hasta que su última dueña, doña María Luisa Maldonado y Salabert, marquesa viuda de Torneros, la donó en su testamento a la parroquia de San Ildefonso, a la que pertenece desde 1947, si bien es cierto que la entrega oficial no se hizo hasta 1952.


Casi desde entonces, un ciego llamado Celestino vendió cupones junto a su puerta durante muchos años. Un día, cuando su mujer, Magdalena, estaba a punto de dar a luz, les echaron de la pensión en la que vivían y los padres de Paquito les ofrecieron su casa, en la que vivieron durante varios meses con su bebé recién nacido, hasta que la ONCE les proporcionó una vivienda. Así, Celestino, el ciego de la capilla de Nuestra Señora de la Soledad, también fue vecino de Fuencarral 39. Padres e hijo no olvidaron nunca la generosa acogida que Fernanda y Miguel le dispensaron, sin dudarlo un momento, en su casa...
Cada vez que paso por esa esquina creo que me voy a encontrar con él. Sin embargo, suelo ver a un chico americano cantando bonitas canciones con una guitarra. También me gusta.



Pero la historia más trágica relacionada con el oratorio es, sin lugar a dudas, la del asesinato del teniente Castillo.

Teniente Castillo
José del Castillo Sáenz de Tejada fue un oficial de infantería que participó en la guerra de África y que, en 1936, comenzó a prestar sus servicios en la Guardia de Asalto.
Castillo, muy concienciado políticamente y de ideas socialistas declaradas, vivía en el número 11 de la calle de Augusto Figueroa, en el mismo portal en el que, años después, tendría su casa mi amigo y compañero Fernando Mesa, muy buen pintor y excelente profesional de la publicidad, que destacó en los años 60 y 70 por su excepcional trabajo como cartelista.
El 12 de julio de 1936, hacia las diez de la noche, el teniente Castillo se dirigía a su cuartel, en la plaza de Pontejos, cuando, al doblar la esquina de Fuencarral, delante de la capilla y bajo los balcones del que sería mi primer colegio, fue asesinado a tiros por varios individuos...
Este crimen fue contestado con el de José Calvo Sotelo, perpetrado al día siguiente por compañeros y amigos de Castillo. 
Casi todos los historiadores coinciden en afirmar que estos asesinatos fueron el detonante final del comienzo de la guerra...



Capilla de Nuestra Señora de la Soledad
Y ahí sigue hoy el viejo oratorio-capilla-humilladero, en medio del trajín diario de la que hoy es la calle comercial más moderna de Madrid, apoyado sobre el muro de la casa en la estuvo mi papelería-juguetería favorita, El Pensamiento, y viendo como pasan ante sus vetustos ladrillos rojos millares de personas de todas las nacionalidades, razas y creencias, ignorantes, en su inmensa mayoría, de que están paseando frente a un pequeño gran monumento, discreto y casi invisible para la desenfrenada vida contemporánea, pero profundamente ligado a la historia de la capital de España... y a la de Fuencarral 39.







4 comentarios:

  1. Para completar el dato histórico, digamos que el teniente Castillo, unos días antes de que fuera asesinado, había ordenado abrir fuego a sus Guardias de Asalto contra una manifestación legal, resultando muerto Andrés Sáenz de Heredia (primo de José Antonio Primo de Rivera) y otro herido grave. Como anécdota, además, la madre del teniente Castillo era pariente lejana del mismo José Antonio Primo de Rivera.

    Otro apunte importante es el de establecer la diferencia entre humilladero y ermita. Aunque no está claramente establecida la diferencia entre ambos en el DRAE, sí se puede afirmar con seguridad que los humilladeros eran más pequeños, estaban hechos para que oraran los transeúntes, al pasar por delante de ellos, y normalmente no tenían culto (en el sentido de misas, aunque sí estaban consagrados). La mayor parte de ellos estaban abiertos, y unas columnas sustituían a las paredes; otros, como el de la foto, estaban cerrados, pero los arcos de las paredes laterales recuerdan, se alguna manera, las construcciones abiertas con columnas.

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  2. Es curioso como en el colegio nos enseñaron, he hicieron gran incapié, en el asesinato de Calvo Sotelo por los guardias de asalto (asesinato infame y alevoso), y no se hiciera ni una sola mención al del teniente Castillo.
    Es, cuando menos, chocante.

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  3. Quienes mataron a José Calvo Sotelo no eran compañeros del teniente José del Castillo. Quien le disparó dos tiros en la nuca era un joven civil, Luis Cuenca, sin relación ni con el ejército ni con la Guardia de Asalto. Y quien dirigió la operación era un capitán de la Guardia Civil, Fernando Condés. Amigos, tal vez. Compañeros, no.

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