El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

lunes, 7 de julio de 2014

Esto es el lápiz


La Escuela Oficial de Publicidad, al igual que El Instituto Nacional de Publicidad, tuvo su sede en Fuencarral 45. Siete promociones de publicitarios, la base de la publicidad moderna en España, pasaron por sus aulas. 
A ellos, a sus profesores y a cuantos contribuyeron con su trabajo al gran cambio de nuestra profesión, va dedicado este artículo, escrito y publicado hace ya unos cuantos años.


He trabajado en agencias de publicidad durante más de treinta años. En este tiempo, he sido testigo y partícipe de la evolución técnica, profesional y social de la publicidad española, que ha pasado de ser una simpática desconocida a jugar un papel de cierta importancia en la sociedad actual. 
O, por lo menos, a ser una actividad de moda y que goza de una apariencia atractiva, aunque, desde luego, continúe siendo igualmente desconocida por la gran mayoría de los que (ahora sí) se permiten emitir juicios categóricos sobre ella.
Este florecimiento desbordante de los últimos lustros, que ha contado con el decidido respaldo del mundo publicitario internacional, nos ha elevado hasta un peligroso nivel de autosuficiencia y egolatría colectivas (un poco perjudicadas, eso sí, hacia el cambio de milenio). Poco a poco, los publicitarios españoles de hoy casi hemos llegado a convencernos de que somos una bien dosificada amalgama de sutiles estrategas, raciales ejecutivos de naturaleza agresiva y, por supuesto, brillantes creativos de genio singular. No discuto que es posible que algunos lo sean (no tantos como lo aparentan y muchísimos menos de los que están íntimamente seguros de serlo), pero el verdadero riesgo de creérnoslo tanto es que nos vemos abocados a una desenfrenada carrera hacia el más difícil todavía, que nos puede confundir (de hecho, lo hace con frecuencia) de camino. Y, a veces, nos confunde tanto que o nos detenemos a reflexionar con el firme propósito de analizar nuestra fulgurante ascensión con un mínimo de modestia y sensatez, o alcanzaremos la gloria por la vía del surrealismo más agudo. Aunque bien es cierto, por otro lado, que estos últimos años de crisis han contribuido a bajarnos bastante los humos.

Fue en el examen de ingreso a la Escuela Oficial de Publicidad cuando sucedió.
El profesor responsable de conducir el ejercicio estaba de pie, en lo alto de un pequeño estrado, frente a un nutrido y variopinto grupo de aspirantes a alumnos de publicidad. Tal vez lo decidió tras una cuidada observación de quienes llenábamos a rebosar el aula del Instituto Nacional de Publicidad, aunque bien pudiera ser que su conducta fuera lógica consecuencia de sus muchos años de experiencia en la enseñanza o, simplemente, falta de confianza en la raza humana, arropada con buenas dosis de cinismo. Es igual, el caso es que se dirigió al colectivo de examinandos con voz segura y tono grave y monocorde:
–Buenas tardes. Soy el encargado de dirigir estas pruebas de ingreso. El examen va a ser muy sencillo, así que no se preocupen; pero les ruego que no dejen de rellenar sus datos personales con precisión y exactitud. Para que nadie tenga problemas, les explicaré cómo hacerlo con todo detalle, paso a paso. Por favor, presten su máxima atención a lo que les voy a decir.
Su audiencia guardó un escrupuloso silencio y todas las miradas se concentraron en él.
–Esto es el lápiz –dijo con solemnidad, mientras levantaba un lápiz normal y corriente a la altura de su cabeza–. Y esto es la mano –continuó, sin inmutarse, alzando su mano abierta.
En la sala se produjo un levísimo murmullo de expectación.
–Pues bien, el lápiz se coge con la mano –siguió, llevando a cabo la acción, a medida que ésta era descrita por sus palabras–. ¿Todo claro hasta aquí? ¿Alguna pregunta?
El murmullo se elevó de tono. Las sonrisas se generalizaron en los rostros de los presentes. Uno de los aspirantes levantó el brazo desde las últimas filas.
–¿Sí? –inquirió el examinador.
–Por favor, yo tengo una pregunta. ¿Hay que cogerlo con la mano derecha o con la izquierda?
Las risas fueron ya abiertas, no exentas de cierto nerviosismo por lo inusitado de la situación. Pero el profesor no movió un solo músculo de la cara y, en contra de lo que muchos esperaban, no solo no se enfadó, sino que dio la impresión de que apreciaba la pregunta.
–¡Ajá! He aquí una pregunta de interés. Mucha atención, por favor. Este es un detalle muy importante y no deben equivocarse.
Algunos se removieron, algo intranquilos, en sus asientos. Otros quedaron inmóviles, desconcertados por la parsimoniosa reacción del hierático examinador, quien prosiguió:
–El lápiz deberán cogerlo todos con la mano derecha. Eso sí, con excepción de aquellos de ustedes que sean zurdos, quienes habrán de cogerlo con la mano izquierda. ¿Lo han comprendido todos?

No creo necesario alargar el relato de cómo continuó el examen. Baste decir que aquel singular profesor (cuyo nombre nunca llegué a conocer) siguió desarrollando su técnica hasta el final; sin perder la compostura en ningún momento y consiguiendo mantener un excelente orden burocrático, tarea siempre compleja en ese tipo de convocatorias, multitudinarias y heterogéneas.

Durante mucho tiempo, yo le consideré un guasón recalcitrante, sin otro objetivo que el de tomar colectivamente el pelo a un montón de estudiantes bisoños. Ahora estoy convencido de que mi apreciación era de todo punto errónea: aquel individuo era un sabio. Un sabio que, con consciencia de ello o no, había llegado a la trascendental conclusión de que lo más seguro y económico es dirigirse siempre a los demás (y muy especialmente cuando “los demás” son un colectivo amplio y desconocido) con exagerada precisión y sin dar nada, nada en absoluto, por supuesto o sabido de antemano.

Desde que me he dado cuenta de ello, he seguido esta doctrina con fervor. Y puedo asegurar que nunca me ha fallado. El método es muy simple: hay que empezar siempre explicando que “esto es el lápiz”.

jueves, 3 de julio de 2014

Fuencarral Street

Plano de Texeira (1656)

Hay quien dice que la calle Fuencarral de Madrid es la legítima heredera natural de la londinense Carnaby Street como la reina europea de la moda alternativa, pero la verdad es que la gran explosión comercial de Carnaby se produjo en los años 60 del pasado siglo, mientras que el desarrollo mercantil de la calle madrileña comenzó casi desde sus orígenes como vía de salida de la nueva capital del reino hacia los pueblos de la sierra.

Ya en el muy célebre plano de Texeira, que data nada menos que del año 1656, aparece la calle de Foncarral como una de las principales para acceder al centro de la villa. Su trazado (entre la Puerta de los Poços de la Nieve, que daba paso al Camin de Foncarral, y Iarred de SLaus) indica la importancia comercial de una arteria con mucho movimiento de personas y mercancías.

Templete de la Red de San Luis
Mucho después, a principios del siglo XX, la construcción de la Gran Vía acortó la calle, eliminando su primer tramo (junto a la Red de San Luis, cuya Fuente de los Delfines fue sustituida por el templete del Metro de Antonio Palacios) para dejar sitio a la nueva avenida y al que fuera el edificio más alto de Madrid entre 1929 y 1953, el de la Telefónica, que también fue uno de los primeros rascacielos de Europa.
Desde entonces, la calle de Fuencarral nace, precisamente, al lado de este gran edifico, símbolo del nuevo Madrid del siglo XX, y aunque hoy llega hasta la glorieta de Quevedo, es bien sabido que durante muchos años la calle terminaba en la Puerta de los Pozos de la Nieve (en la actual glorieta de Bilbao), que se llamaba así por estar allí situados los grandes depósitos de nieve y hielo que abastecían de frío a toda la ciudad y que estuvieron en funcionamiento desde su creación en 1607, hasta que fueron cerrados en 1863.



Portada del Real Hospicio de San Fernando


Pero regresemos a nuestros días. Hoy, la calle tiene tres edificios muy importantes: el de la Telefónica; el que fue Real Hospicio de San Fernando (que ahora es el Museo de Historia de Madrid y conserva en su interior la minuciosa y perfecta maqueta de León Gil de Palacio), cuya fachada barroca de Pedro de Ribera justifica, por sí sola, un viaje y la magnífica sede neoclásica del palacio que alberga al Tribunal de Cuentas, edificio construido en 1863, justo enfrente del viejo hospicio.
Mención aparte merece la muy pequeña y singular capilla de Nuestra Señora de la Soledad, en la esquina con Augusto Figueroa, donde fue asesinado el teniente Castillo en vísperas de la guerra civil.

Desde su cruce con Hernán Cortés y hasta la Gran Vía, la calle de Fuencarral es peatonal, lo que ha contribuido a mejorar notablemente el moderno ímpetu comercial de una zona de Madrid que ya es protagonista de casi todas las guías turísticas que hablan de la capital de España. 
En esos días en los que la ciudad parece desierta, el mejor antídoto contra la soledad es un paseo por Fuencarral. Encontrarás gente animada, de todas las nacionalidades, estilos y edades, con predominio, desde luego, de jóvenes de espíritu. 

Relojería Coppel
A principios del siglo XX, esta calle era una sucesión de negocios y comercios, muy frecuentados por el público madrileño. La famosa relojería Coppel, la fábrica de jabones y despacho de aceite La Moderna, el bazar Orsolich ("Todo a 65 cts.") o la prestigiosa casa de pianos Hazen eran algunos de los muchos establecidos en ella.
Unas décadas más tarde, en los años 50 y 60, la calle de Fuencarral era bien conocida en todo Madrid por sus zapaterías: Geltra, La Bruja (mi favorita, con dos tiendas), Domus Aurea, La Corona, Rodríguez, De Pablos, Gilton, La Irunsheme, Asensio... y solo menciono las del primer tramo, entre la Gran Vía y Pérez Galdós (una callecita corta y oportuna, antes llamada del Colmillo, que hoy está repleta de buenos bares de tapas).

La Telefónica, recién terminada
Pero en esos años, la calle tenía mucho más que zapaterías: las veteranas relojería Coppel (ahora con su tienda modernizada) y el bazar Orsolich continuaban en activo; la Sastrería Butragueño, que hizo célebre su eslogan "Para otoño madrileño, gabardinas Butragueño"; la perfumería Arjona; las ferreterías Fuencarral y Subero (esta última abierta hasta hace muy poco tiempo); la mercería El Tirón; la bombonería La Guinda; varias joyerías, camiserías y sastrerías; la tapicería Lujoma; la magnífica tienda de ultramarinos El Cafeto, que tenía su propia marca de café ("El torrefacto El Cafeto, ¡ay! a quién no le gustará...") y hacía esquina con San Onofre, justo frente a la famosa peletería del mismo nombre (San Onofre); la otra peletería, Sonsoles, que más tarde cambiaría su nombre por el de Kaikuk, tras quedarse con el local Francisco Colás Tejedor; la tienda de telas Minué, cuyo dueño solía estar de pie en la puerta, junto a la calle de Pérez Galdós; la ortopedia de Antonio Queraltó, que, en su día se llamó La Estrella Roja, como la que fundase su padre en Sevilla; Fraguío, mi juguetería preferida; la farmacia del licenciado A. de Torres, con su fiel encargado y practicante, Julián; Hazen, que continuaba alquilando y vendiendo los mejores pianos del mercado; la papelería, imprenta y juguetería El Pensamiento...

El Cafeto
Y, aunque ya está cerca de Quevedo, en la zona "nueva" de la calle, el Bazar Matey, una de las mejores tiendas de modelismo, trenes eléctricos, miniaturas de coches, soldados y otros juguetes de colección, todos muy bien seleccionados, se mantiene en continua actividad desde hace más de setenta años, aunque su "hermana", la librería-papelería del mismo nombre, ya es historia.

Tres grandes almacenes, al menos, tuvieron su sede en la calle de Fuencarral, entre Gran Vía (que en ese tiempo se llamaba avenida de José Antonio) y la glorieta de Bilbao: Eleuterio, en la esquina con Infantas; San Mateo (con su "Si no lo veo no lo creo...") y Mazón, cuyo extraordinario edificio, inaugurado en 1953 (de Secundino Zuazo y Antonio de la Vega), fue derribado para dejar su lugar a otro nada interesante por su arquitectura, pero que albergó al famosísimo Drugstore Madrid, primer establecimiento de la ciudad que abría, ininterrumpidamente, veinticuatro horas. El local lo ocupa hoy un VIPS.

Por lo que no fue nunca famosa la calle de Fuencarral fue por sus bares y restaurantes, con algunas honrosas excepciones, eso sí. 
En el primer tramo existió el bar Huertas, además del Salón Italiano de helados que aún está abierto. Frente a San Mateo estuvo un restaurante bien conocido: La Criolla, donde se cuenta que Fraga se reunía con los periodistas una vez al mes.

El café más concurrido de la calle y uno de los más antiguos de Madrid (fundado en 1887), en el que mi abuela Amparo (una mujer más que avanzada para su época) tenía todas las tardes su tertulia, es el Café Comercial. Se encuentra en la misma esquina de la glorieta de Bilbao, donde estuvieron los antiguos Pozos de la Nieve, y cuenta con gran tradición literaria muy vinculada a la poesía.
Más arriba, en la zona de los cines: Bilbao, Roxy A y B, Proyecciones, Paz y Fuencarral (algunos ya desaparecidos), sobreviven un Viena Capellanes con una bonita fachada de madera y la que fue famosísima cafetería Somosierra, muy conocida por sus tartas heladas. Casa Luciano y sus bocadillos de calamares desaparecieron, al igual que la repostería La Favorita.

Ilustres personajes de todas las épocas tuvieron su residencia en la ajetreada calle. Desde Cánovas del Castillo hasta Goya, pasando por el afrancesado Moratín, Pérez Galdós, el Sr. Pellico o la cantante Adelina Patti, El Ruiseñor de Madrid.

Dragón de Taiwan Bird SB
Por ella bajaron las tropas de Napoleón, el dos de mayo de 1808, para sofocar la rebelión de los madrileños y también tuvo su propia crónica negra, a causa del famoso crimen cometido en el año 1888. La sociedad bohemia Taiwan Bird SB se fundó allí en 1964 y tres de sus cuatro miembros de honor nacieron y vivieron en la calle de Fuencarral.

Grandes artistas, empresarios y profesionales de toda índole tuvieron sus despachos, talleres o estudios: fotógrafos como Alfonso y su maestro Manuel Compañy; el taller joyería de Luis Fernando Valentí Sanz de Madrid, el estudio del gran dibujante y arquitecto Arturo, Duque de Gastronia; la legendaria Editorial Mariflor; la agencia Miservicio, pionera del servicio doméstico moderno; el pequeño colegio de San Antonio (no confundir con el cercano y grande San Antón); Celestino, el vendedor de cupones; el enorme gimnasio del caserón del número 43, en cuyo patio interior crecía un enorme árbol; el taller de Herraiz, las grandes especialistas de vestidos de primera comunión, en el 36/38; el Instituto Nacional de Publicidad y la Escuela Oficial de Publicidad (de la que tantos grandes publicitarios han salido), ambos en el moderno edificio del número 45...

El Mercado de Fuencarral

El cambio a la nueva era lo protagoniza el Mercado de Fuencarral, un centro comercial de moda alternativa, inaugurado en 1998 en unos grandes locales del número 45 de la calle, que llevaban tiempo cerrados, tras la desaparición del muy popular en su día Cupón Hogar Moderno.

Ya desde unos años antes, las desaparecidas tiendas de los pasados años de esplendor comercial estaban dando paso a las de tendencias más modernas y actuales, que huían de la moda convencional que se imponía en otras zonas de la villa del oso y el madroño (y del dragón, que también estuvo en el escudo madrileño).

Siguiendo esta imparable actividad, directamente vinculada con una forma diferente de concebir la moda y la propia experiencia de ir de tiendas, no hay marca que quiera identificarse con este nuevo espíritu que no quiera estar presente en una calle que está a la vanguardia de Europa. 
Su situación privilegiada, como eje divisorio de los barrios de Malasaña y Chueca, en pleno centro histórico de Madrid, contribuye a definir su estilo único y personal, distinto de todo lo que hasta hace unos pocos años se conocía en el mundo de la moda.

Cuando el primer tramo de la calle se hizo peatonal, en 2009, se acabó de consolidar como lo que estaba destinada a ser: el corazón de la nueva cultura urbana, alternativa, espontánea y libre.

No soy capaz de enumerar los comercios de todo tipo que hoy llenan una calle permanentemente viva y bulliciosa, pero si buscas algo que no está en Fuencarral es que, probablemente, lo que estás buscando no merece la pena.


No hay otra calle igual en Madrid. Y dudo que la haya en ningún lugar del mundo. Nueva y rebosante de historia, arraigada en sus raíces originales y orientada hacia un futuro que ya es presente en ella.  

Centro de las miradas de sus imitadoras europeas, ahí sigue observando, dinámica e impertérrita, como pasa la vida junto a sus muchos edificios del siglo XIX. Una vida que fluye sobre su calzada como la sangre de la villa de Madrid por su gran arteria centenaria: la calle de Fuencarral.