El blog de una casa muy especial... en el corazón de la calle más famosa de Madrid

lunes, 30 de junio de 2014

Un duro y una armónica


Pedrito siempre apostaba un duro y una armónica.

Y no lo hacía porque tuviera especial interés en fijar esa singular combinación para sus apuestas, no, pero era un chico impulsivo a quien le gustaba apostar cuando alguien rebatía su punto de vista y, al introducir, nervioso y precipitado, su mano en uno de sus bolsillos para buscar algo de valor con lo que sustentar su apuesta, siempre se encontraba con un duro y una pequeña armónica en su interior. Nunca vi que llevase ninguna otra cosa encima.
El caso es que nosotros, sus circunstanciales compañeros de juegos, nunca aceptábamos la apuesta (carecíamos de pequeñas armónicas para igualar su envite y, la mayor parte de las veces, tampoco teníamos un duro disponible para arriesgar en tan disparatados riesgos económicos).
Normalmente, las apuestas de Pedrito estaban relacionadas con El Dúo, como él llamaba a Manolo y Ramón, los componentes del por entonces exitoso Dúo Dinámico (que nosotros detestábamos y él adoraba) y, la mayor parte de las veces, consistían en que, haciendo gala de un oído propio de una lechuza, era capaz de detectar, a cientos de metros de distancia, el sonido de un lejano aparato de radio que emitía alguna de las empalagosas canciones de su amado dúo.
No considero necesario constatar que a nosotros, acostumbrados a disfrutar de una vida más emocionante y repleta de aventuras, las pamplinas del pobre Pedrito nos aburrían sobremanera. Pese a todo, tuvimos que soportar la situación con estoicismo espartano durante el año que Pedrito frecuentó la casa de sus tíos, la Pensión Martos (frente a la más tradicional Pensión Pozas - Viajeros y Estables que, por algún motivo, nos gustaba más, probablemente porque en ella no había ningún pedrito).
Nuestra paciencia llegó al límite cuando nuestro temporal vecino se empeñó en que cambiásemos nuestros interesantes juegos habituales, así como nuestras actividades detectivescas y diversiones semiclandestinas, para dedicarnos a jugar al Rey de las Espadinas (sin la más mínima duda, el juego de naipes más estúpido que conozco, cuyo único interés para nosotros residía en que siempre nos las arreglábamos para acabar persiguiendo a Pedrito por la escalera, con aviesas intenciones).

Ese fue el final de Pedrito, de su duro y de su armónica. Y, por supuesto, de la permanente amenaza de tener que escuchar al Dúo en cualquier esquina. Por algún motivo (fácil de imaginar, por otra parte) sus padres no volvieron a llevarle a pasar temporadas en casa de sus tíos y, si alguna vez volvió por allí, tíos y sobrino se encargaron de mantener discretamente oculta su presencia en la casa.

A partir de ese momento, la vida en Fuencarral 39 fue un poco más tranquila. Hoy, tantos años después, cada vez que que paso por la puerta de lo que fuera la vieja Pensión Martos, me pregunto qué habrá sido de Pedrito. Y lo mismo me ocurre cada vez que oigo una canción del Dúo Dinámico (algo que, afortunadamente, sucede muchas menos veces, desde luego).
¿Se habrá convertido en un apostador profesional o, por el contrario, sus envites seguirán siendo de una naturaleza imposible de responder? Porque Pedrito tuvo siempre la precaución de llevar en su bolsillo un duro y una armónica, tal vez con la secreta convicción de que sus rivales nunca serían capaces de igualar una apuesta tan inverosímil como desconcertante. 

Un método infalible para apostar constantemente... y no perder nunca.

viernes, 27 de junio de 2014

Mala Estrella


Dicen los estudiosos del período Fuencarralensis que en aquella remota etapa de la humanidad, desconocida para muchos pero de enorme relevancia para la vida moderna, un personaje destacó singularmente por encima del resto.
Su paradigmática mala suerte conformó el nombre por el que fue conocido durante generaciones: Mala Estrella.
Mala Estrella
Sin embargo, esa mala suerte (tan extraordinaria que llegó a convertirse en leyenda popular) no fue obstáculo para una vida sorprendentemente singular y activa, que se elevó por encima de la vulgaridad de un mundo adocenado y romo.

Siempre adelantado a su tiempo, Mala Estrella fue precursor de modas y tendencias.
Gran hechicero, asombró a propios y extraños con sus enciclopédicos conocimientos de esoterismo y ciencias ocultas.
El negro fue siempre su color. Su bandera era negra; negra su ropa y sus gafas (hoy, curiosamente, tan de moda entre la gente que se autoconsidera cool); la magia negra nunca tuvo secretos para él; negra fue su suerte... y hasta fue uno de los creadores del celebérrimo Archipiélago Negro, que tantas satisfacciones dio a los lectores de relatos de aventuras de la época.

Bandera oficial de Mala Estrella
Manejó el revolver con precisión y eficacia asombrosas (en especial en su frecuente papel de Pack Manigam) y las grandes navajas parecían inventadas para desenvolverse con soltura entre sus manos.
Fue el terror de villanos y rufianes, quienes tenían como costumbre huir despavoridos ante la mera posibilidad de su presencia.
Tampoco fue santo de la devoción de determinados personajes femeninos que vieron en sus facultades y actitud vital (basada en desenmascarar la habitual falsidia humana) una seria amenaza para sus turbios manejos y un permanente riesgo para sus ambiciones sin escrúpulos. Solo la malograda Electra (cuyo destino fatal tanto se identificó con el de Mala Estrella) le profesó siempre un cariño sincero, tierno y especial.

Mala Estrella fue un excelente escritor. Destacó en todos los géneros. Desde las narraciones terroríficas hasta los hilarantes sainetes cómicos, escritos en verso, entre los que debemos nombrar dos inolvidables: "Una mesnada colérica o Colón descubre América" y "La rendición de Granada o maldición y fabada".
De su poesía satírica, hay que señalar, por encima de sus otras obras, la insuperable oda "Antonio Pirala" y la "Elegía del guateque".
Ya en prosa, su pieza teatral "La tarde o Satán os guarde" es digna de ser recordada, si bien su trabajo como novelista fue el más intenso. A las muchas novelas escritas para la serie de aventuras "El Archipiélago Negro", hay que añadir un buen número de títulos con un contenido de profunda crítica social, siempre escritos con una personalísima mezcla de humor y lirismo épico. Mis dos favoritos son "Los diletantes" y "El Vu-dú contra el Ye-yé", en las que la genial descripción de personajes y situaciones, unida a la terrible y patética conclusión sobre la condición humana que de ambas novelas se desprende, dejan en el lector ese sempiterno sabor agridulce que solo producen las grandes obras cumbres de la literatura universal.

Pero, en realidad, por lo que más destacó Mala Estrella fue por su sentido bohemio de la vida, llevado a las últimas consecuencias, pese a no ser muchas veces favorables a sus intereses personales.
Vicepresidente vitalicio de Taiwan Bird, la gran sociedad bohemia del siglo XX, fue uno de los padres de su Carta Magna y participó en la elaboración de todos sus escritos políticos y filosóficos, incluyendo "El Tribunal" y "La conducción de las masas", los dos grandes textos que, junto a "La Ley del Embudo" y "La Escala del Dragón", conforman la sustancia fundamental de la sociedad regida por el Gran Tribunal del Dragón, del que Mala Estrella siempre fue miembro permanente.


Y si al leer este homenaje a su recuerdo sienten un leve temblor supersticioso sus empequeñecidos enemigos históricos, acobardados ante esta breve y muy resumida relación de los hechos de quien fuera eterno enemigo de la hipocresía, peor para ellos.
Que levanten el vuelo esas aves de orgullo pasajero y trashumante... o que vuelvan a posarse, con humildad, sobre la torre de la verdad, esa que defiende el leal castillo que nunca debieron abandonar persiguiendo efímeros intereses materiales que hoy ya son un amargo recuerdo. Todavía están a tiempo.

¡Viva la bohemia!

martes, 24 de junio de 2014

La Red de San Luis

La calle de Fuencarral siempre ha comenzado en la Red de San Luis. Bien es cierto que hasta que no se acometió la construcción de la Gran Vía, a comienzos del pasado siglo, el aspecto de esta encrucijada de caminos en nada se parecía al actual, pero la Red de San Luis existe desde tiempo inmemorial.
Ya aparece en el plano de Texeira, de 1656, pero, desde luego, es mucho más antigua.


Fuente de los Galápagos. A la derecha, la casa de Astrearena
Al fondo, el comienzo de la calle de Fuencarral
Al final de la cuesta de Montera, que, como todos sabemos, nace en la Puerta del Sol, la calle se ensancha creando una plaza con forma de  trapecio alargado que se llamó popularmente de esta manera por un doble motivo.
"Red", porque es el punto de confluencia de seis calles (Montera, Jardines, Caballero de Gracia, Hortaleza, Fuencarral y Jacometrezo) y "de San Luis", por su cercanía a la iglesia de San Luis Obispo (desaparecida tras su incendio y destrucción, acaecidos en marzo de 1936) pero cuya portada barroca se conserva en la fachada de la vecina iglesia del Carmen que da a la calle de la Salud.

Aunque parece indiscutible que fue el nombre de este templo de la calle de la Montera el que dio nombre a la Red de San Luis, no es menos cierto que otra iglesia, dedicada a un San Luis diferente, se encontraba, también, muy próxima. Me refiero a la de San Luis de los Franceses, que permaneció en la calle Tres Cruces hasta 1972.

En un tiempo, hubo aquí una puerta en la cerca que bordeaba Madrid y, hasta el siglo XIX este espacio abierto, confluencia de varias calles y una de las salidas del viejo Madrid hacia el norte, estuvo ocupado por diferentes y sucesivos mercados, casi todos de comestibles.


Entre 1832 y 1868, la fuente de los Galápagos (hoy en el parque del Retiro) decoró la parte más ancha de la plazuela, justo frente a la famosa casa de Astrearena, construida por don Pedro de Astrearena, Marqués de Murillo, de la que los madrileños decían que tenía mucha fachada y poca vivienda, pues, al parecer, el interior de la misma no era tan amplio como aparentaban sus tres grandes fachadas (Fuencarral, Red de San Luis y Hortaleza). Su portal era el primero de la acera de los pares de la calle de Fuencarral, el número 2.

Portada barroca de San Luis Obispo
En ella vivió la esposa de Simón Bolívar, María Teresa Rodríguez del Toro.


Ya en plena construcción de la Gran Vía, en 1919, se inaugura la estación de la línea 1 del Metro que llevó (y sigue llevando hoy, tras los muchos años en los que cambió su denominación por "José Antonio") este nombre (pese a haber sido proyectada con el de "Red de San Luis") y, con ella, el famoso templete de Antonio Palacios que, realizado en granito y con una airosa marquesina de hierro y cristal, serviría para proteger y decorar los dos ascensores y las necesarias escaleras. 

Por entonces ya estaba casi terminado el primer tramo de la Gran Vía, aunque aún faltaban por edificarse muchos edificios, entre ellos el de la Telefónica.





El templete de de Antonio Palacios
Con la demolición de la casa de Astrearena y otras colindantes, como la del Marqués de Villena, en Fuencarral 4 (en la que residió Antonio Cánovas del Castillo), se abrió un amplísimo espacio, tras las desapariciones de algunas calles (como las de Jacometrezo y San Miguel), dando paso a la muy ancha y señorial avenida principal que se convertiría en el nuevo comienzo de las calles de Fuencarral y Hortaleza, las cuales, vieron así modificada su numeración (por ejemplo, el actual 39 era, originalmente, el 51). Algunos de los antiguos números (cada vez van quedando menos) todavía pueden verse en portales y fachadas.


El la Red de San Luis abrieron sus puertas varios comercios de gran renombre, destacando entre ellos dos joyerías: Aleixandre (en el local que ahora ocupa McDonald's) y Luis Sanz. Ambas fueron muy lujosas y elegantes, una a cada lado del templete de Palacios. 

Cerrando el lado norte del renovado espacio urbano, estaba la casa de don Jesús Murga que pronto quedó flanqueada por el fantástico edificio (obra de Luis y Joaquín Sainz de los Terreros) del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial (muy vinculado a la historia de Fuencarral 39 por diversos motivos) y por el gran rascacielos de la Telefónica. La casa de don Jesús Murga fue, en su momento, la más alta de Madrid. Hoy sigue separando el comienzo de las calles de Fuencarral y Hortaleza, pero ya no conserva sus dos características y esbeltas torrecillas laterales. Una pena más a sumar a los múltiples desaguisados perpetrados en la Gran Vía.


Desmontaje de la torre de telefonía
Unos cuantos metros detrás del templete se levantaba una de las muchas torres metálicas de telefonía que habían crecido por Madrid al comienzo del siglo XX y que desaparecería, como las demás, con la puesta en marcha de la nueva Telefónica, levantada sobre el solar que estaba, en principio, destinado a los "Grandes Almacenes Victoria". 

El gran edificio de la Compañía Telefónica Nacional de España fue proyectado y ejecutado por Ignacio de Cárdenas, tras dimitir Juan Moya, a quien el Duque de Alba, uno de los principales promotores de su construcción, en su calidad de presidente de la Standard Eléctrica, una filial de I.T.T., había asignado su diseño y construcción.


En 1972 fue desmontado el templete del Metro y trasladado a Porriño, localidad natal de Antonio Palacios, donde se conserva junto a un parque, aunque despojado de su marquesina (cuyo destino actual desconocemos).


La Red de San Luis, en los años 70
Poco después, se instaló en su lugar la fuente popularmente conocida como de los cisnes, por estar decorada con unas aves metálicas que movían sus alas. La fuente era de Manuel Herrero Palacios y las esculturas móviles de Gerardo Martín Gallego.
Desparecidos los primitivos tranvías muchos años antes, los autobuses (el 3, el 4 y el 7) seguían utilizando la red de San Luis para girar, tras haber descendido por Fuencarral y comenzar, de nuevo, su trayecto subiendo ahora por la calle de Hortaleza, los dos primeros en dirección a la piscina del Canal y el tercero hacia el Ramiro. Por cierto, la línea 7 fue una de las últimas en Madrid en utilizar autobuses de dos pisos, por supuesto, mis preferidos.



Fotomontaje de la reforma prometida, que nunca llegó
Cuando en 2009, el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, anunció una nueva reforma para la Red de San Luis, convirtiendo en peatonal el eje Fuencarral-Montera-Sol, presentó a los madrileños un proyecto en el que desaparecía la fuente y se recuperaba el templete. No iba a ser, según nos dijeron, el original, pero sí una réplica con la que la Red de San Luis volvería a tener una fisonomía muy similar a la que habíamos conocido muchos madrileños, si bien en un entorno peatonal y modernizado, con una Gran Vía revitalizada, que ya era, de nuevo, esa arteria animada y comercial que impulsase otro alcalde, el Conde de Peñalver, un siglo antes.

Sin embargo, el templete no se colocó, con la consiguiente decepción de una buena parte de quienes opinamos que el carácter de este histórico e importantísimo enclave de la ciudad de Madrid se ve mermado con su ausencia.

Hoy, la Red de San Luis es una singular encrucijada, en la que dos ríos, uno humano y otro motorizado, se cruzan permanentemente, inundando de vida un enclave histórico de la capital de España.

jueves, 19 de junio de 2014

El Sr. Pellico


El Sr. Pellico vivía en el piso de arriba, justo encima de mi casa. Sin embargo, por increíble que pueda parecer, nunca le vi.
Así imaginaba yo la cama del Sr. Pellico
No salía de su casa. Para ser más exactos, nunca salía de la cama. Bueno, miento, salió una mañana. Harto de escuchar las quejas de su mujer y sus hijas, el Sr. Pellico aceptó ir un día a trabajar. Lo probó y no le gustó, así que, al final de la mañana, regresó a su piso y se volvió a meter en la cama. Y ya no salió más.

Por el patio oíamos con mucha frecuencia su voz: "¡No me da la gana...! ¡No me da la gana...! ¡No me da la gana...!". 
Inmediatamente se producía un breve silencio que todos los vecinos presuponíamos ocupado por los murmullos de su mujer y, de nuevo, las estentóreas voces del Sr. Pellico: "¡Pues que me oigan...! ¡Pues que me oigan...! ¡Pues que me oigan...!". A continuación, otro silencio y, tras él, acababa rematando, sin reducir el volumen, pero bajando a un tono menos agudo: "¡Pues sí...! ¡Pues vaya...! ¡Estas mujeres...!". Y el silencio volvía a reinar en el edificio.
Nadie se asomaba al balcón, nadie se paraba a escuchar, nadie dejaba ni por un momento la tarea en la que estaba ocupado. Si acaso, alguno de los estudiantes de la pensión Pozas ("Viajeros y Estables") levantaba un instante la vista del libro de derecho romano, para regresar de inmediato a su concentrada lectura, mientras exhalaba un leve y resignado suspiro.

El de esa lejana mañana fue el único intento de trabajar que se le conoció al Sr. Pellico. Creo recordar que el trabajo que probó fue el de conductor de ambulancia. Pero no le gustó y pasó el resto de su vida en la cama. Al menos (con gran esfuerzo, eso sí) lo había intentado. Desde su punto de vista, nada podían reprocharle.
Su mujer cosía, día y noche, para poder sacar adelante a sus hijas. Y si alguna mañana de verano (en invierno, con los balcones cerrados, no era tan fácil escuchar sus repetidos y vociferantes lamentos) el vecindario no oía la indignada letanía del Sr. Pellico, un sentimiento colectivo de ansiedad se apoderaba del patio. Era algo así como no oír al afilador pasar por la calle en un domingo.

Todos conocíamos las palabras que su mujer e hijas pronunciaban, en voz muy baja, durante los intervalos de silencio. Las conocíamos, aunque nunca nadie las oyó.

Un día, del que no guardo memoria alguna, la familia Pellico, tras muchos años viviendo en aquel cuarto piso, desapareció para siempre.
El casero, don Octavio (más conocido como Cantinflas, por motivos obvios, innecesarios de especificar), había vendido la finca por pisos. El que ocupaba, con tan intensivo y peculiar uso, el Sr. Pellico lo compró una señora que no inspiraba mucha confianza a los pocos que permanecieron en la casa, una vez consumada la operación inmobiliaria de Cantinflas, y convirtió la pacífica vivienda de los Pellico en una pensión (muy diferente, desde luego, a las de Pozas y Martos, ambas en la segunda planta) que pronto fue tomada por un número indeterminado de militares sin graduación; algunos huéspedes africanos, liderados por un tal Umbola y un montón de ruidosos churumbeles que jugaban al gua en la cocina.

Pero esta es otra historia.

miércoles, 18 de junio de 2014

La historia

Nadie es capaz de asegurar, con certeza, cuál fue la fecha exacta de su construcción.
La mayor parte de las fuentes, citan 1881 como el año más probable, pero hay quien afirma que es mucho más antigua...

La fachada de Fuencarral 39
A mediados del siglo XX, la casa pertenecía a la familia de D. Octavio, el casero, más conocido como "Cantinflas". Sus frecuentes visitas a la finca (casi siempre motivadas por su arriesgado empeño en cobrar el alquiler a los inquilinos) estuvieron plagadas de numerosas anécdotas, la mayoría de ellas directamente relacionadas con la familia Valentí.

Desde el punto de vista de los medios más sensacionalistas, el suceso más notorio acaecido en la casa, fue el crimen del descuartizador (que nada tiene que ver con el celebérrimo "crimen de la calle Fuencarral", muy anterior en el tiempo). Tuvo lugar en el piso cuarto izquierda, muchos años después de que el Sr. Pellico y su familia, sus antiguos ocupantes, hubiesen abandonado la finca.
Pero, pese a la gran difusión que se dio a este crimen, no fue, ni con mucho, lo más destacado de la historia de Fuencarral 39. De una historia que, todavía hoy (una prueba de ello es este mismo blog), se sigue escribiendo.


Empecemos por recordar a los inquilinos de la finca en tiempos de D. Octavio.
La planta baja la ocupaban dos comercios, muy destacados en su época. La zapatería "La Bruja" y la ortopedia "Hijos de D. Queraltó".

"La Bruja" era una excelente zapatería, de las muchas que poblaban la calle Fuencarral. Contaba con otra tienda en el número 5 de la misma calle y, en tiempos, otra en la calle Carretas, aunque la buena era la del 39. Su escaparate estaba diseñado con el extraordinario estilo de los años 40/50, creando un paso entre ambos lados de la entrada para aumentar los metros de vitrina. El suelo estaba decorado con una especie de mosaico representando a una bruja en pleno vuelo sobre su escoba. Una imagen espectacular, que ha desaparecido o permanece escondida bajo el nuevo pavimento del comercio de cosméticos que hoy ocupa el local.
El dueño de "La Bruja" era Francisco Colás Tejedor.

La esquina de la Telefónica, donde empieza la calle
"Hijos de D. Queraltó" era, aún, más especial, si cabe, que "La Bruja".
Su sobrio y elegante letrero, con grandes letras de latón, presidía un amplio escaparate paralelo a la acera, en el que se exhibían sin pudor sus distintos y muy sorprendentes productos de ortopedia (así como de otras varias especialidades clínicas) que provocaban, cuando menos, la inquietud de los transeúntes no habituados a encontrarse con ojos de cristal o calaveras de resina por las calles (que, como es lógico, eran la gran mayoría). Esta ortopedia, que fue siempre un excelente negocio, se llamó "La Estrella Roja", como el bazar sevillano fundado por Domingo Queraltó, del que fue sucursal en su día.
Su propietario, Antonio Queraltó Rosal, era el más próspero inquilino de la finca.

Las cuatro plantas del inmueble eran iguales. Todas con dos puertas (derecha e izquierda) y sendos pisos, de unos doscientos metros cuadrados cada uno, idénticos excepto por una pequeña diferencia: en una de las habitaciones exteriores, los pisos de la derecha tenían dos balcones, mientras que los de la izquierda sólo tenían uno. Esa circunstancia otorgaba a los de la derecha unos pocos metros cuadrados más que a sus vecinos.
El primer piso estaba ocupado, en su totalidad, por la familia Queraltó. D. Antonio y Dña. Mercedes, tenían varios hijos. Creemos recordar que había varios varones mayores (uno de los cuales protagonizó, con Paquito, la gran anécdota de la lechuza que no dejaba dormir a su madre) y dos hijas más pequeñas, Mercedes y Lolín, de las que hablaremos, también, más adelante.
El doble piso de los Queraltó era impresionante, aunque dedicaban uno de ellos fundamentalmente a vivienda y el otro como apoyo a la tienda, con la que estaba conectado interiormente. También disponían de una gran terraza interior, en el patio, y del acceso al patio en sí y a una buena parte del sótano de la finca.

El sótano, por cierto, siempre fue siniestro. Lleno de conexiones y pasadizos, era, por propia naturaleza, el lugar ideal para muchos de los acontecimientos clandestinos que en él tuvieron lugar. Su extraordinaria fuente de agua del Lozoya, le otorgaba una característica muy especial, explotada por Paquito y sus amigos, en determinadas ocasiones. Una pequeñísima rejilla que daba al suelo del portal, permitía una mínima ventilación que, unida al ilimitado suministro de agua de su extraordinaria fuente, proporcionaba al sombrío lugar unas oportunidades únicas como escondite.

Fuencarral 39 en el célebre plano de Texeira
El segundo piso era el de las pensiones:  "Pensión Pozas · Viajeros y Estables", rezaba el cartel de latón del segundo derecha, mientras que en el del segundo izquierda se leía, más escuetamente, "Pensión Martos".
En ambas, sus ocho o nueve habitaciones estaban ocupadas por estudiantes universitarios, quienes permanecían en ellas durante todo el curso.
Eran estudiantes varones, muy prudentes y silenciosos. Pocas veces protagonizaron episodios dignos de ser contados. Tan sólo el sobrino de los dueños de la pensión Martos, Pedrito, fanático seguidor de El Dúo Dinámico, tuvo algunas intervenciones que pasaron a la posteridad. Su capacidad para detectar canciones de "El Dúo" (como él lo llamaba) era proverbial. No era infrecuente, por ejemplo, estar paseando con él por las calles de Madrid, manteniendo una animada conversación entre ruidos de autobuses, obras y ambulancias, cuando, de pronto, Pedrito se paraba, en una postura de muestra que habría hecho palidecer de envidia al dueño del mejor perro pointer británico, y, tras unos segundos de confirmación auditiva, afirmar: "¡El Dúo!". Inmediatamente, iniciaba una carrera desenfrenada, doblando esquinas y atravesando plazas, hasta llegar junto a un portal o una ventana (siempre alejadísimas de la posición de partida), a través de los cuales podía escucharse levemente una melodía que, tal vez, podría identificarse con uno de los múltiples éxitos de Manolo y Ramón...

La mirilla del tercero izquierda
Una planta más arriba, en la tercera (que, antes de que el "principal" cambiase de nombre, había sido la segunda), ya empezamos a encontrarnos con personajes muy singulares.
El piso tercero izquierda fue ocupado, al comienzo de los años 40 del pasado siglo, por la familia López-Falcón/Pastor Díaz de Tudanca. Una familia poco frecuente, compuesta solo por cuatro mujeres: dos Amparo y dos Flor.
Tres generaciones de una misma familia, que llegaron a Fuencarral 39 rodeadas de un hermético misterio. 
Una señora de mediana edad, Amparo, acompañada de sus hijas Flor y Amparo, además de la pequeña Flor, una niña de pocos años, hija de la mayor de las dos hermanas López-Falcón.
Enfrente, en el tercero derecha, no vivía nadie, aunque en la puerta decía: "José Gutiérrez Monterroso. Bufete". Don José era un sacerdote muy poco habitual, propio de una casa tan extraña como aquella. Ejercía como abogado y en ese piso tenía su bufete, si bien nunca se vio entrar ni salir de él a cliente alguno. Don José apenas visitaba el lugar y el interior del piso siempre estaba oscuro y sus balcones permanentemente cerrados. El misterio de la tercera planta estaba, así, completo. Unos años más tarde, en los 60, sucesos extraordinarios tuvieron lugar en el piso del enigmático D. José.

El cuarto y último piso acogía a dos familias excepcionales. En el cuarto derecha, vivía la familia Valentí, y en él tenían instalado su taller de joyería, uno de los mejores de Madrid. Esta mezcla de vivienda y taller, con horno incluido en el balcón central del patio, otorgaba al piso características únicas. Directamente emparentados con la célebre joyería Sanz, situada en la Gran Vía madrileña (y, antes, en la Red de San Luis y la calle de la Montera), el taller atendía a clientes de gran relieve y fama, entre los que cabe destacar al Príncipe de Bragation, a quien no era infrecuente verle visitar a la familia Valenti.
El cuarto izquierda estaba ocupado por una familia aún más especial, si cabe, la familia Pellico. Un matrimonio con, al menos, dos hijas que acabaron en el convento de las Mercedarias de la calle Valverde. La señora Pellico hacía grandes esfuerzos, trabajando como costurera, para compensar el hecho de que a su marido no se le conoció más trabajo que el que desempeñó, durante un solo día (media jornada, para ser más exactos), como conductor de ambulancia. Al parecer, no le gustó y decidió no volver a insistir en el empeño de buscar un empleo. Nadie vio nunca al Sr. Pellico, de quien se comentaba en la finca que pasaba las veinticuatro horas en la cama, aunque su voz era bien conocida en el patio: "¡No me da la gana... no me da la gana... no me da la gana!", se oía con frecuencia en toda la casa y, tras unos segundos de intervalo, que hacían presumir una obvia intervención en voz baja de la Sra. Pellico, "¡Pues que me oigan... pues que me oigan... pues que me oigan!".
El especial soniquete con el que entonaba sus "monólogos" era el perfecto complemento de "La Canción del Cola Cao", habitual, también, como música de fondo del patio, si bien ésta surgía del receptor de radio de los oficiales del taller de joyería del piso de enfrente.

Por encima del cuarto piso sólo estaban las buhardillas. Pero no eran las de Fuencarral 39 unas buhardillas normales. Eran, probablemente, lo más interesante de la casa.
Ellas fueron protagonistas de grandes episodios, como los de las incursiones nocturnas de Taiwan Bird SB, el escondite del maniquí o la más célebre de la lechuza de la señora Queraltó, que terminó con el hijo de esta metido en un retrete, por obra y gracia de Paquito.
En la buhardilla había dos viviendas. La de los porteros y otra gemela a ésta, sucesivamente ocupada por diversos y poco relevantes inquilinos. Detrás de las viviendas, mucho más pequeñas que el resto de los pisos de la casa, estaban las verdaderas buhardillas. Un angosto pasillo en forma de U conducía a unos cubículos pequeños, con un techo tan bajo que impedía, en la práctica, permanecer de pie en ellos. Se suponía que cada uno de estos pequeños recintos correspondía a una vivienda, si bien era cierto que el único grande, con techo alto, era la de Queraltó.
La vivienda de los porteros estaba en el espacio que correspondía al quinto izquierda, pero tenía el servicio en el interior de la parte opuesta de las buhardillas, en la habitación gemela a la que ocupaba el trastero de Queraltó, justo enfrente de ella. Este fue el lugar en el que se produjo la "metedura de pata" del hijo de Queraltó, provocada por Paquito.


La delicada combinación de mármoles en el interior del portal
La estructura de la casa era (y es) de madera y ladrillo, como corresponde a la mayor parte de las construcciones de la época.
Las paredes interiores del portal original estaban decoradas con mármol de Carrara, gris y blanco, con un zócalo negro, en un estilo tan clásico como sobrio, elegante y delicado.
El suelo también era de mármol blanco, como los tres escalones que daban paso a la escalera, toda ella de madera de pino, ya gastada (como el mármol del suelo) por el trasiego de los muchísimos años transcurridos desde la edificación de la casa.
Hoy, se conserva la decoración de mármol de las paredes del interior del portal, pero el suelo y los escalones fueron, hace años, sustituidos por granito. El primer tramo de la escalera también es ahora de granito y su pared de un mármol crema-marfil, en una horrible combinación que destruye la discreta elegancia original.

Un sencillo y destartalado ascensor de madera ocupó durante muchos años el amplio hueco de la escalera, hasta que fue robado en un singular golpe que superó en audacia al del famoso tren de Glasgow. Tras su robo, fue sustituido por un detestable ascensor moderno, cuyas únicas ventajas sobre su predecesor son que casi nunca se estropea (el estado natural del otro era el de 'averiado') y que sus usuarios ya no se juegan la vida cada vez que lo utilizan. Pueden parecer ventajas notables, pero la fealdad del moderno ascensor no compensa sus innegables virtudes operativas.
Por cierto que el ascensor solo sube hasta el cuarto piso. Y eso ahora, porque el antiguo (por alguna misteriosa razón que todos los habitantes de la casa aceptaban como lógica) tampoco paraba en el primero.

La antigua portería, en su estado actual
Sobre los nueve escalones del primer tramo de la escalera (cada piso constaba de dos tramos de nueve escalones y uno de seis) se encontraba la portería, dominando la entrada del portal desde una posición privilegiada y de indiscutible superioridad moral. Era, en apariencia, un pequeño recinto con un par de sillas, una mesa y un armario empotrado al fondo, pero escondía una trampilla es el suelo que, levantada merced a una oportuna argolla de hierro, daba paso a un escondite inferior que, a su vez, conectaba con el lúgubre sótano, antes mencionado. Un lugar perfecto y extraordinario, que fue ampliamente utilizado por los miembros de Taiwan Bird SB, una organización secreta durante los tiempos de la dictadura y que no salió a la luz pública hasta que estuvo bien consolidada la democracia en España.
Miguel, Fernanda, el pequeño Miguelín y, sobre todo, Paquito, dominaban la portería y sus ocultos pasadizos y reductos secretos.

La fachada exterior de la finca, la que da a la calle de Fuencarral, justo frente a la de Pérez Galdós, presenta una armónica combinación de tres balcones centrales en cada uno de los cuatro pisos principales, flanqueados por dos bonitos miradores clásicos de cristal y hierro. En el quinto piso no hay balcones centrales y, en lugar de miradores, existen sendas terrazas descubiertas, desde las que no es difícil acceder a un tejado por el que Sang Freda paseó en más de una ocasión a mediados del siglo XX.
Dos patios interiores proporcionan una excelente iluminación a las habitaciones interiores de cada piso. Uno (rectangular) a las principales y otro (de planta irregular), compartido con dos fincas de la calle Valverde, a los baños y cocinas.


A lo largo de las sucesivas publicaciones del presente blog, iremos descubriendo detalles, anécdotas y curiosidades de una casa singular, situada en una calle privilegiada, que ha sido y seguirá siendo testigo de la historia del centro de Madrid, de las andanzas de sus muchos y famosos personajes y, también, de sus leyendas.